En esta temporada un poco complicada, incluso bastante difícil, tanto en el mundo como en México, a la hora de la pandemia y de los mortíferos conflictos regionales, de repente cayó una buena noticia, la de un “acontecimiento histórico”: así calificó Pedro Alonso, director del programa Malaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la aprobación de ésta para la primera vacuna contra la malaria, “Mosquirix”, del laboratorio Glaxosmithkline. Hace 160 años, los médicos franceses en Veracruz empezaron a investigar sobre las causas de la temible enfermedad, hace un siglo que los científicos buscaban el remedio, y una generación que batalla para conseguir la vacuna contra la malaria.

No hay que cantar victoria todavía, porque la eficacia de esa primera vacuna dista mucho de ser total. Se habla de 30 a 50 por ciento de eficacia en el primer año, contra la forma más severa de malaria. Fortalece el sistema inmunitario contra el más mortal de los cinco patógenos, el más activo en África, Plasmodium falciparum. Ya se aplicaron 2,300,000 dosis a 800 mil infantes en Ghana, Kenia y Malawi, los países pilotos. Combinada con las mosquiteras impregnadas de insecticida y medicamentos preventivos, la vacuna viene a completar el arsenal de lucha contra la plaga. Con estas mosquiteras, la mortandad entre niños de menos de cinco años había bajado un 20 por ciento. Hace veinte años la malaria mataba 850 mil personas al año, así que, por imperfecta que sea la vacuna, representa un gran progreso. Ahora falta resolver el problema de su producción en cantidad suficiente, cuando no ha terminado la lucha contra el Covid.

Hay que recordar que, con todos los progresos realizados en la última generación, la malaria sigue matando a medio millón de personas cada año, y que la mitad son niños africanos de menos de cinco años. Además de causar la muerte, la malaria arruina la vida de millones de personas que sobreviven a la primera crisis y sufren ataques periódicos que debilitan mucho: una gran pérdida de potencial humano y de calidad de vida. Aplicada a los países más infectados, la vacuna prevendría más de 5 millones de casos al año y salvaría la vida de muchos infantes. Lo que subrayan los especialistas es que esa vacuna es la primera que se ha encontrado contra una enfermedad parasitaria. Luchar contra un parásito es mucho más complicado que hacerlo contra un virus o una bacteria.

¿Se puede eliminar los patógenos y parásitos que causan infecciones como la malaria? Hay precedentes históricos, así de la viruela, enfermedad humana, y de la “rinderpest”, enfermedad del ganado, similar al sarampión. En el caso de la viruela, fue relativamente fácil porque el virus tenía solamente al hombre como huésped y no podía vivir de manera independiente más de unas horas. No sé si se logró finalmente erradicar el “dracunculiasis”, gusano parásito: hace seis años, se decía que faltaba poco, igual que para la eliminación total del virus de la poliomielitis.

Los científicos dicen que vale la pena exterminar ciertos virus y parásitos, como el ya mencionado Plasmodium falciparum. Que se podría lograr para sarampión, rubeola, paperas, filariasis, cisticercosis, hepatitis C y malaria. Que valdría la pena hacer el esfuerzo, porque las campañas de vacunación no son suficientes, y que una enfermedad puede siempre volver con fuerza. Es el caso de la tuberculosis, fue el caso de la malaria después de 1960, cuando se bajó la guardia con el final de las campañas de lucha contra los zancudos, la exclusión del DDT y la resistencia adquirida por los mosquitos.

A lo largo de la historia, la humanidad y la enfermedad no han dejado de pelear. Hoy en día, la geografía de la muerte prematura, causada por las enfermedades, coincide con el mapa de la desigualdad, de la pobreza. Lo comprobamos a la hora del Covid. Basta con ver cuáles países han vacunado al 80 por ciento de su población y cuáles siguen con 20 o 10 por ciento.

Historiador