El año que empieza nos ofrece una agenda muy cargada. Como seguiremos usando la mascarilla, porque nuestro presidente, que no la usa, nos permite hacerlo, mi primer pensamiento es para el doctor Wu Lien-Teh, pionero de la salud pública en la historia mundial, abogado de la mascarilla desde 1910. El virus Covid 19 no ha dejado de mutar y podemos apostar que, después de ómicron, nos esperan otras variantes. En la lotería de las mutaciones vendrán sorpresas. ¿Podrá cerrarse la gran brecha que, en cuanto a vacunación, se abrió entre Norte y Sur? Para vacunar 70% de la humanidad –nivel teórico de la inmunidad de manada– habría que darles la prioridad a los países más pobres. Debemos entender de una buena vez que esa pandemia no es la última y que tendremos que enfrentar de manera universalmente solidaria otros virus.

Si pasamos del horizonte mundial a los paisajes regionales, sobran las preocupaciones. Las crisis potenciales son numerosas en el Mediterráneo. En Libia sigue la competición entre Turquía y Rusia, con la participación de Egipto y otros Estados árabes. ¿Llegará al poder el hijo de Qaddafi, Seif El-Qaddafi? El gobierno libio y el Consejo de Seguridad de la ONU han vanamente pedido la salida de rusos y turcos. Rusia no tiene costa en el Mediterráneo, pero desde 2019 su armada tiene acceso por 50 años al puerto sirio de Tartús.

¿Habrá guerra entre Marruecos y Argelia a propósito del antiguo Sahara español? Marruecos acaba de firmar un acuerdo de seguridad con Israel. Así vemos actores externos entrar en juego, como cuando, en Libia, Qatar apoya a Turquía, mientras que Egipto y los Emiratos se alían con Rusia. Cuando un buque petrolero iraní va a Siria, lo escoltan naves rusas para protegerlo de Israel, un Israel que presiona a EU para poner fin al programa nuclear de Irán. China y Estados Unidos que se enfrentan en el Pacífico, tienen también intereses militares y económicos en el Mediterráneo.

Toda África, al sur del Sahara, es objeto de ambiciones y proyectos de grandes potencias. China, Rusia y Turquía han empezado a desplazar a EU y a Francia; digo Francia, porque Europa ha dejado sola a la antigua potencia colonial para enfrentar a la amenaza yihadista. El presidente Macron tiene tentación de retirarse y ya llegaron los mercenarios rusos de la empresa Wagner. China trabaja a escala del continente. El problema más inmediato para la comunidad internacional es el de la guerra civil en Etiopía (115 millones de habitantes). ¿Será Etiopía una nueva Siria? Desde 2011, la interminable guerra en Siria, con intervención de muchas potencias, ha costado la vida a más de 400,000 personas y desplazado once millones.

¿A dónde va Europa? A ningún lado. Sigue siendo un gigante económico de gran peso demográfico, un ausente en el escenario mundial y un enano militar, incapaz de defenderse y defender al vecino inmediato, Ucrania, contra una siempre posible ofensiva relámpago del ejército ruso. Su inexistencia geopolítica se manifestó en 2003 a la hora de la invasión de Irak, otra vez en 2014 cuando Rusia agredió Ucrania, y en 2015 frente a la gran crisis migratoria. Me atrevo a decir que Europa no existe, pero que no está prohibido soñar con su construcción. La esperanza muere al final.

Mientras China ha lanzado el reto de llegar a la supremacía mundial, de volver a ser el Imperio del Centro. Al celebrar el centenario del Partido comunista chino, el presidente Xi exaltó “la mutación de China en superpotencia” y proclamó que “todo intento de pararla está condenado al fracaso”. “Quien se atreve a intimidar, oprimir o atacar a China, corre el riesgo de ser aniquilado frente a la gran muralla de acero levantada por 1,400 millones de chinos”. Combina lo mejor del capitalismo de Estado, del nacionalismo y del marxismo. Ha inscrito en su agenda la “reunificación” con Taiwán. Frente a ese reto, todo es posible, nada es seguro. Así es el futuro de cada uno de nosotros y del mundo.

Historiador.