En la guerra de Ucrania, del lado ruso, en la “línea 0”, al frente, las mujeres resultan encargadas del placer de los oficiales. Una de ellas, Margarita X., militar durante once años, lo contó hace poco, al periodista ruso Antón Starikov. Hace dos meses que esa mujer que participó en la “Operación Militar Especial” contra Ucrania, sigue una psicoterapia para asimilar lo que ha vivido. No puede olvidar y teme volver a su regimiento porque las mujeres de la unidad medical estaban obligadas, bajo amenazas y malos tratos, a tener relaciones sexuales con los oficiales.
“No dejo de tener pesadillas y episodios de pánico. Me diagnosticaron no recuerdo qué, no tengo el papel a la mano. Me dijeron que necesito seis meses para aliviarme (…) tengo siempre este horror frente a mis ojos”. Starikov narra lo que ha vivido en un tono calmado y pausado que vuelve aún más terroríficas esas historias de soldados asesinados por sus camaradas, de oficiales borrachos abusando de las reclutas, mujeres casadas obligadas al acostón. A ella no le dieron su trabajo de radio-operador, sino que la metieron de enfermera, pero como le gustó al coronel comandante del Décimo Regimiento Blindado, la pasaron al Estado Mayor.
“Cuando llegué, los muchachos me dijeron: “el coronel tiene el ojo sobre ti. Probablemente vas a ser una esposa de campaña”. Cuando pregunté de qué se trataba, me contestaron: le preparas de comer, lavas su ropa y debes ser cariñosa”. Cuando el oficial se dio cuenta que la mujer no quería asumir tal función, empezaron los malos tratos: dormir a la intemperie, pasar hambre. “Aguanté, así que cuando entendió, me mandó enseguida a la artillería, en la zona roja, en el frente (…) En la unidad medical había otras siete mujeres, una para el jefe de información, otra para el oficial tanquista, otra para el de infantería, etc. (…) Imposible escapar, he visto con mis propios ojos un oficial, el comandante de la sección Acacia, disparar sobre “su” mujer, Svetlana. Borracho o celoso, no sé. Dijeron que eran los ucranianos, hasta se disparó en el brazo como si lo hubiesen atacado (…)
“En septiembre le tocó a Alina. No le dieron a escoger: tú, con aquel, le gustas. Era de la misma ciudad que yo. Nunca volvió a la unidad medical. Un amigo, un chofer que la encontró una vez, me dijo que abusaban de ella, que por eso el coronel no la dejaba volver, era muy cómodo allá. Alina aceptaba. Casi todas se resignaban. Un día un oficial me dijo: “Vendimos Alinka, ahora te toca a ti”. Creo que lo fulminé con la mirada porque dijo: “Bueno, estoy bromeando”.
Margarita evocó otra tragedia: los oficiales disparaban también sobre los soldados. A los que se negaban volver al frente, los metían desnudos en una cava helada en medio de las ratas. Si persistían en su “huelga”, el comandante del regimiento tenía su método personal. “Tenían que cavar su tumba y acostarse en ella. Unos compañeros, bajo la amenaza de un rifle, los cubrían de tierra. Los dejaban así un rato, pero luego el jefe de pelotón se alejaba un poco y disparaba una ráfaga sobre las fosas. Para los tocados por la metralla ¡Adiós! Y los sobrevivientes salían bien perturbados. Los mandaban al frente. (…) Después de cierto tiempo, yo veía todo esto con ojos de vidrio, si no, hubiera tronado”.
Da un asombroso testimonio de la miseria de los soldados. “Los muchachos en las trincheras pasaban hambre, les pagaron el mes de septiembre y luego ni un kopek (centavo). Como si no existieran. Les cambiamos comida contra el parque que necesitamos para defendernos. Cuando salimos de Rusia, nos dieron cuatro cargadores de treinta balas. O sea, nada. (…) Mandaban a los chavos al frente sin ametralladoras, por eso nuestras bajas son tan terribles”.
Margarita fue a ver al gobernador de su provincia. Parece que tomó en serio su relato y mandó una queja al inamovible (desde 2012) Secretario de la Defensa de la Federación de Rusia, Sergei Shoigu. Valiente la mujer. Valiente el periodista.