Eso pasa en las mejores familias, quiero decir, en los mejores países cuando a ciertas personas en el poder se les ocurre algo. Rusia acaba de votar, para elegir un nuevo congreso y, el domingo 19 de septiembre, a pesar de todas las “precauciones” tomadas desde el año pasado, la oposición venía ganando, y por mucho, en nueve de las quince delegaciones de la capital, Moscú. Beneficiado por el “voto inteligente”, nuestro “voto útil”, el partido comunista, la “oposición leal de Su Majestad”, ganaba en siete delegaciones, el candidato del muy pequeño partido liberal en una y un candidato independiente se llevaba la novena.

Prometieron publicar los resultados a las 12 de la noche del domingo, luego en la mañana, después a mediodía del lunes. Cayeron finalmente el lunes a las seis de la tarde, dando a Rusia Unida, el partido oficial, la victoria absoluta. Un tsunami barrió con los pobres ilusos que creían en su victoria. Veamos unas cifras: el domingo, Evgenii Popov, candidato de Rusia Unida tenía 27 mil votos y su contrincante 37 mil. El lunes, Popov triunfaba con 46,589 votos contra 26,676: le sacaron de la manga (electrónica, puesto que los moscovitas experimentaban el voto electrónico, que, supuestamente debía imposibilitar el fraude) 20 mil votos, mientras que el “enemigo” perdía 10 mil votos. Se había caído el sistema, no cabe duda. Olvidémonos de la expulsión de los observadores a la hora del conteo de modo que la operación se hizo a puerta cerrada, peccata minuta. Fueron denunciadas “solamente” 4,950 delitos electorales, de todos tipos, de los que usábamos (¿usamos?) en México: 30 por ciento más que en las elecciones anteriores. Las redes sociales enseñan urnas forradas, volantín, votos múltiples, electores fantasmas…

El resultado es que Rusia Unida cosechó 49.4 por ciento de los votos –en lugar de 30– y el partido comunista 19.8 por ciento, bastante más que en 2016, lo que demuestra que Alexis Navalny no se equivocaba llamando al voto inteligente, desde su prisión. ¿La participación electoral? Estable, alrededor de 48 por ciento. Con el sistema electoral en vigor, el partido oficial tendrá la mayoría, no solamente absoluta, sino de los 2/3, la famosa mayoría constitucional que todo lo permite. ¡Ah! Se me olvidaba el resultado admirable, fantástico, ejemplar de Ramzan Kadyrov, el temible sultán que implantó la sharía en Chechenia: 99.6 por ciento.

Ya que mencioné a Navalny, el opositor que sobrevivió al envenenamiento, el preso cuyo movimiento ha sido criminalizado y prohibido, el poder le temía tanto que presionó hasta someterlos a Apple, Google, YouTube, Telegram, para cancelar todo acceso a los sitios de su gente. Sin comentarios. No entiendo porqué tanto temor si, el año pasado, se reformó la constitución de tal manera que Vladimir Putin puede seguir en la presidencia más allá de 2024; de hecho, le otorgaron una presidencia vitalicia, el sueño de muchos, de un tal Ortega, por ejemplo, que prepara sus elecciones en Nicaragua de una manera todavía más radical, si es posible, como el gobierno ruso.

Ciertamente, el nivel de popularidad del presidente Putin es el más bajo de los últimos veinte años, pero sigue siendo confortable: 59 por ciento (en lugar de 79). ¿Le preocuparon las manifestaciones pro-Navalny, en enero, luego en abril del año en curso? Putin denunció a los manifestantes como “terroristas” y dijo “nadie debe recurrir a las protestas, así no se hace política, al menos de manera responsable”. Un año después de su espectacular envenenamiento, Alexis Navalny, arrestado a su regreso del hospital alemán, juzgado y condenado a varios años de trabajos forzados, parece quitarle el sueño al hombre del Kremlin. Eso explica lo que la prensa internacional, a fines de julio 2021, calificó de “ofensiva sin precedente contra los medios de comunicación independientes”. Para terminar de preparar las elecciones.

Historiador del CIDE

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