Y en particular a los armenios del Alto Karabakh, del “Jardín Negro”, sometidos desde el 12 de diciembre pasado a un cruel bloqueo que los priva de todo. Son víctimas del último episodio de cien años de relaciones complicadas, cuando no son violentas, entre Armenia y Azerbaiyán, y del papel nefasto de Moscú, cuyos “buenos oficios” han dañado tanto a los azeríes como a los armenios. Es una historia que empezó en 1813, cuando el imperio del zar quitó al imperio persa el khanato de Karabakh, poblado de armenios cristianos y azeríes musulmanes. A lo largo del siglo XIX, la población armenia se volvió más numerosa. En 1918, en el marco de la revolución, el enfrentamiento armado entre los dos grupos provocó la destrucción de la Transcáucasia independiente que estalló en tres Estados brevemente independientes: Armenia, Azerbaiyán y Georgia. Los bolcheviques no tardaron en subyugarlos y debilitaron las tres repúblicas ahora soviéticas, jugando con las diferencias nacionales. Así, atribuyeron el Karabakh de mayoría armenia al Azerbaiyán y dejaron un enclave azerí entre Armenia e Irán.

Durante la perestroika que despertó a las nacionalidades, el soviet del Karabakh pidió su integración a Armenia, lo que agravó las tensiones, con violencias y expulsiones de la población armenia de Azerbaiyán y azerí de Armenia. La desaparición de la URSS transformó el conflicto en una guerra (1991-1994) entre dos Estados independientes. Las fuerzas armenias conquistaron regiones de manera a unirse con el Karabakh, quitando 20 por ciento de su territorio a Azerbaiyán y expulsando a sus habitantes. El cese al fuego de 1994 no arregló el problema insoluble del choque entre dos principios contradictorios, el de la autodeterminación (para los armenios) y el de la intangibilidad de las fronteras (para los azeríes).

El conflicto quedó congelado –con una permanente pequeña guerra sobre las nuevas fronteras– hasta otoño de 2020 y la Guerra de los 44 Días. De repente, Azerbaiyán que había sagazmente usado su renta petrolera para dotarse de un buen ejército y armado una lógica alianza con Turquía, para no depender de la buena/mala voluntad rusa, derrotó a Armenia, y reconquistó todo el territorio perdido. Las malas lenguas dicen que Putin dejó hacer para castigar al gobernante armenio, Nicolás Pashinian, que había derrotado a la pandilla ligada a Moscú; en tal caso, si bien castigó a los armenios, el tiro le salió por la culata porque la alianza turco-azerí reduce mucho su influencia en la región.

Putin logró meter una pequeña “fuerza de paz” rusa por cinco años, pero cuando atacó a Ucrania se olvidó de Armenia. Moscú tiene un pacto con Armenia que le garantiza protección en caso de agresión. Bien: desde el cese al fuego, las fronteras armenias han sido violadas varias veces y Azerbaiyán ha ocupado 50 km2 en Armenia sin que Moscú conteste las llamadas de auxilio.

Nadie pone en duda, en cuanto a derecho internacional, la soberanía azerí sobre el Karabakh pero ¿quién piensa en los cien mil armenios que lo habitan? Desde el 12 de diciembre sufren un bloqueo total en la indiferencia general. El contingente ruso se ha reducido a mil hombres y Moscú calla. El cierre de la única carretera que une al Karabakh con el exterior es el hecho de unos escasos manifestantes azeríes, pero los pocos soldados rusos no tienen mandato para quitarlos, ni podrían hacerlo. El presidente azerí, Ilham Aliev, que rechaza cualquier estatuto de autonomía para el “Jardín Negro”, no disimula su voluntad de cambiar la demografía de la zona: “Les aconsejo (a esos armenios) irse en los camiones de los cascos azules” (los soldados rusos). Sin estatuto especial, sin real protección internacional, efectivamente es el exilio, preconizado por el presidente azerí, que los espera.

Ese nuevo capítulo del conflicto entre las dos naciones ha demostrado que Rusia está perdiendo su influencia tradicional en el Cáucaso; jugó chueco en 2020 y Turquía salió beneficiada. Ahora, ni puede jugar porque su presidente la metió en su Operación Especial. ¿Podrán los armenios esperar algo de Turquía, la verdadera potencia regional, que no ha olvidado el glorioso pasado otomano en el Cáucaso?

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Historiador en el CIDE

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