Putin, como “historiador en jefe de la nación rusa” –así se definió a sí mismo–, realizó una interesante síntesis de la historia imperial rusa; reconcilia los zares y Stalin, los blancos y los rojos, con la bendición de los patriarcas Alexei y Kirill. La curiosa ideología eurasiática (o eurasiana), forjada por unos exiliados blancos en los años 1920, sirve de poderoso pegamento en el mosaico que presenta como la verdadera historia del “mundo ruso”, un mundo que desborda las presentes fronteras de la Federación de Rusia.
El movimiento eurasiático apasionó la emigración antibolchevique durante unos diez años. Ideológico antes que político, conoce en Rusia, desde la implosión de la URSS, una difusión a la cual han poderosamente contribuido primero Alexander Duguin, luego Vladimir Putin. Su éxito inicial, hace cien años, se debe a la calidad de los jóvenes intelectuales que lo inventaron. El príncipe Nicolás Trubetzkoi, estupendo etnólogo y lingüista de fama internacional; Georgui Vernadski, que hizo después una brillante carrera de historiador en la universidad de Columbia (NYC); el príncipe Dmitri Sviatopolsk-Mirski, brillante crítico literario; Vladimir Ilzhin, científico, filósofo, teólogo (autor recomendado por Putin a sus ministros) y varios más, sin olvidar al gran lingüista Román Jakobson ni al filósofo León Karsavin.
Su primer manifiesto tomó forma de una antología de artículos intitulada Iskhod k Vostoku, Éxodo hacia el Oriente, en contraste con su propia emigración hacia el Occidente. En ruso, la palabra “éxodo” significa también “salida, solución” a un problema. ¿Cuál problema? La naturaleza de Rusia y de su cultura que, después del florecimiento de la “Edad de Plata”, se encontraba en el abismo de la guerra civil y de la revolución, después de la derrota militar. ¿Cómo devolver al país su gloria, sin aceptar el marxismo, ese producto de Occidente?
La tesis es sencilla: Rusia no pertenece a Europa, una Europa que De Gaulle imaginará “desde el Atlántico hasta los Urales”; Rusia es un continente, “Eurasia”, con sus leyes biológicas y geográficas, con su mentalidad, orientada en su ser profundo hacia el Oriente. Con argumentos etnolingüísticos, Nicolás Trubetskoi afirmó que Rusia era la heredera de los pueblos turco-mongoles y de su “turanismo”. Si bien los tártaros habían sido rusificados, los rusos, a su vez, han sido “turanizados”. Por eso, la fe ortodoxa, transmitida por el Imperio romano de Oriente, era tan diferente del catolicismo latino europeo.
Lo que Duguin y Putin encontraron en esa doctrina es el rechazo radical de un Occidente descalificado como “romano-germánico” y de todo lo que en la historia rusa tenía que ver con las tradiciones occidentales. El joven príncipe Trubetskoi declaró, en 1920, que la “europeanización que amenaza al mundo entero es un mal absoluto, una pesadilla, que hay que combatir con suma energía”. Si bien rechazaba al bolchevismo marxista como producto occidental, le reconocía el mérito de haber destruido la Rusia moderna impuesta por el “holandés” Pedro (el Grande) y las emperatrices y emperadores “alemanes”. Profetizó que el bolchevismo destruye, pero no puede construir; al negar a Dios y destruir la Ortodoxia, cava su propia tumba y dejará, inevitablemente, el lugar al eurasianismo: entonces la fe ortodoxa, modelada por el turanismo, volverá, como en el pasado, a unir orgánicamente vida privada, orden estatal, gloria de Rusia y existencia cósmica.
Alexander Duguin (1962), después de militar en el pequeño partido nacional-bolchevique, milita desde 2002 en el partido Eurasia. Autor de unos treinta libros, publicó en 1997 Fundamentos de Geopolítica, libro de texto en la Academia militar para oficiales de Estado-Mayor, y, en 2009, La Cuarta Teoría Política que retoma de manera algo simple y esotérica las tesis euroasiáticas. Ortodoxo, de la rama integrista de los Viejos Creyentes, lector de Martín Heidegger, predica una alianza entre turcos y eslavos y también una alianza con el mundo árabe contra “Occidente”. En 2008, después del Blitzkrieg de Putin contra Georgia, afirmó que había que repetir el guion en Ucrania; en 2014 pidió un “genocidio” contra los ucranianos vendidos al Occidente; en 2018, se abrazó con Steve Bannon en Roma. Aconseja a Putin: “fortalezca la defensa al Oeste, busca amigos en el Este, como Alexander Nevsky”.
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