Por más preocupante que sea la pandemia, la historia política sigue su camino y ciertas cosas tienen su importancia. El 10 de marzo, la Duma, cámara de diputados de Rusia, estaba finalizando el examen de las reformas constitucionales propuestas por el presidente Putin, cuando la diputada Valentina Tereshkova inició una divertida comedia: propuso aprovechar la nueva Constitución para permitir al indispensable Vladimir Vladimirovich cancelar sus dos últimos mandatos para poder presentarse de nuevo; “poner el medidor en cero”, “obnulit” en ruso. Emoción, interés, alegría… Alguien propone llamar al interesado por teléfono; ni tardo, ni perezoso, Vladimir Putin contesta, no hace falta esperar la Duma, se presenta y … acepta. A condición de que la iniciativa sea validada por la Suprema Corte y por el pueblo, a la hora del referéndum sobre la Constitución. Adoptada por unanimidad, la propuesta permitiría las candidaturas de Putin en 2024 y 2030; al finalizar este último periodo, tendría 83 u 84 años, y 36 en el poder. ¿Qué edad tenía don Porfirio cuando se fue en 1911? 81, de los cuales 34 en la silla. Como Putin, jugó una vez el juego de las sillas musicales. El presidente ruso tiene ya veinte años en el poder; si dura hasta 1936 le ganaría a Stalin.

La presidencia vitalicia, que se disfraza como democracia al estilo nacional, se ha puesto de moda, con Xi Jinping en China, Erdogan en Turquía, el mariscal Al-Sissi en Egipto, y es contagiosa. Ahora bien, algunos analistas hablan siempre de “la Rusia de Putin”, como si fuese su propiedad. Si uno escucha a los diputados, lee a los ideólogos y toma en cuenta a los electores (con todo y presiones, manipulaciones, fraudes para debilitar a una oposición de por sí débil), tiene la extraña sensación de que es Putin quien pertenece a Rusia.

Hace dos años, 77% de los electores lo votaron: “No hemos tenido mejor presidente, nos salvó del caos, de la ruina económica, del desastre de finales del siglo pasado; nos ha devuelto la grandeza”. El día de la comedia parlamentaria, el presidente de la Duma afirmó: “En un mundo peligroso y en crisis, nuestras ventajas no son el petróleo y el gas (cuyos precios caen al suelo), nuestra ventaja es Putin y debemos defenderla”. Muy interesante la tesis de su consejero, Vladislav Surkov: el año pasado, en un artículo de opinión intitulado “La larga gobernanza de Putin”, predijo un largo y estable “Putinismo” (nuestros antepasados vivieron un largo y estable “Porfirismo”) “porque es orgánico y en resonancia con los rusos… La capacidad de escuchar y entender al pueblo, de verlo en transparencia, hasta el fondo, y de actuar en consecuencia, es el logro incomparable y principal del Estado con Putin. Por eso su gobierno es eficaz y duradero, por eso debe durar”. Va a durar, si no se presentan esos imponderables que forman la esencia de la vida. ¿Quién predijo, en el juego anual de pronósticos, en diciembre de 2019, lo que haría el coronavirus en 2020?

Pilar Bonet, la excelente corresponsal de El País, publicó el 15 de marzo “La Rusia de un Putin eterno”; pudo haber escrito “El Putin de una Rusia eterna”. Para nosotros, Rusia evoca en seguida una tradición revolucionaria, de levantamientos campesinos, atentados anarquistas, Revolución de 1905, febrero (1917), octubre, pero hay una Rusia conservadora que, con todo y modernidad, triunfó con Stalin. No es que haya una permanencia al estilo “la Rusia eterna” o “el alma rusa”, sino que, hoy, el país, demográficamente envejeciendo a gran velocidad, aspira a la estabilidad, prefiere al mal conocido que al bien por conocer. Además, la pobre oposición no le ofrece al tal bien por conocer. Aunque la gente leyera el libro de Karen Dawisha, La cleptocracia de Putin, que pretende que 110 personas controlen el 35% de los activos de Rusia, levantaría los hombros. La nueva Constitución menciona la fe en Dios (ortodoxia), el pueblo ruso como columna vertebral del Estado y afirma que Rusia es heredera de la URSS. Todo está dicho.



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