No sé si será “el juicio del siglo” como lo califican las agencias de prensa, pero no cabe duda que es una gran “première”: un proceso abierto por la Santa Sede contra el cardenal Angelo Becciu, quién fue jefe de gabinete del Papa Francisco, y contra otros nueve inculpados por fraude y malversación. Hace tiempo que “el método Francisco” desconcierta a sus enemigos como a sus partidarios. En varios expedientes sensibles y pendientes, como el aborto, la homosexualidad, la comunión de los divorciados o la ordenación de hombres casados, ha dado pasos adelante y pasos atrás, de modo que no se sabe qué pensar. A sus 85 años sigue, sin embargo, decidido a reformar el gobierno de la cabeza de la Iglesia. Uno adivina que las resistencias son tremendas, sino ¿Cómo explicar que la reforma de la Curia, anunciada para el 29 de junio, haya sido una vez más postergada? Quien dice gobierno, dice también finanzas, por eso el proceso de los Diez que acaba de empezar –sin afectar la presunción de inocencia– es importante.
El Papa ha evocado varias veces su muerte y su muy reciente operación (oficialmente: quitar divertículos muy dolorosos en el colon) ha de convencerle que urge limpiar las Caballerizas de Augías, una tarea digna de Hércules. Recientemente ha manifestado su voluntad de acabar con la pedofilia, abusos sexuales de todo tipo, perpetrados por clérigos. La apertura del “proceso del siglo” es otra manifestación de su conciencia del tiempo que le queda para cumplir con la tarea que se fijó hace ocho años, en acuerdo con Benedicto XVI, el Papa agobiado por tanta basura.
El excelente diario católico francés La Croix, en su edición del 5 de julio, dio información sobre el proceso que se abrió el 27 de julio. Una fuente vaticana precisó que “el secreto que fue durante mucho tiempo la única regla, era un modo de gestión que supuestamente debía protegernos del escándalo. Pero el asunto de Londres prueba que eso nos llevó al resultado opuesto. En realidad, es la transparencia la que nos salvará”. ¿El asunto de Londres? Un escándalo inmobiliario, una inversión arriesgada hecha de manera fraudulenta de unos 450 millones de euros, en un edificio de Londres, con fondos del Óbolo de San Pedro, instituto que recibe donaciones de todas las Iglesias nacionales para financiar obras de caridad. Una cosa es hacer una mala apuesta, otra es emplear fondos reservados a fines totalmente diferentes.
El comunicado oficial del 3 de julio precisa: “Elementos aparecieron igualmente contra el cardenal Giovanni Angelo Becciu, ahora inculpado como lo prevé la ley, por crímenes de desviación de fondos y abuso de poder, en banda organizada, con soborno de testigos”. El cardenal había sido relevado de sus funciones de manera totalmente inesperada en septiembre de 2020 y también privado de todas las prerrogativas del cardenalato. El comunicado dice que “la iniciativa judicial está directamente ligada a las indicaciones y reformas de Su Santidad el papa Francisco, en el trabajo de transparencia y reorganización de las finanzas del Vaticano”. Esa labor del Papa ha sido “obstaculizada por las actividades ilícitas” de los diez acusados.
“Las investigaciones llevadas a cabo en otros países (Emiratos Árabes Unidos, Gran Bretaña, Jersey, Luxemburgo, Eslovenia, Suiza) sacaron a luz una amplia red de contactos con operadores en los mercados financieros que generaron pérdidas sustanciales para las finanzas del Vaticano y sacaron fondos de los recursos destinados a las obras de caridad personal del Santo Padre”. Todos los intermediarios recibieron mucho dinero, desde 600,000 euros para una informante y hasta 15 millones de euros para Gianluigi Torzi, implicado con el prelado cómplice, monseñor Mauro Carlino.
El cardenal Becciu, antiguo nuncio en Angola y Cuba era, desde 2011, sustituto de la Secretaría de Estado, responsable de los asuntos internos. Afirma ser “víctima de un complot”. ¿Será el proceso del siglo o el parto de los montes?