Para los que como yo no están en el secreto de los dioses, fue una gran sorpresa que el déspota Maduro haya permitido que la oposición unida participara en las elecciones, después de haberle puesto miles de trabas. La única explicación podría ser que haya sido víctima de su primer círculo de aduladores que le presentaron una visión totalmente desconectada de la realidad. No sabía o no quiso saber que la luna de miel entre el pueblo venezolano y el fundador de la república bolivariana, Chávez, no se había prolongado mucho tiempo a su favor. Convencido de que iba a ganar su tercer mandato presidencial con la mano en la cintura, se dio el lujo de manifestarse generoso. Le salió el tiro por la culata el 28 de julio pasado, puesto que, según los únicos datos conocidos, los que presentó la oposición, parece haber tenido tres veces menos votos que Edmundo González Urrutia, el candidato de una oposición por primera vez unida. Hasta la fecha el gobierno ha sido incapaz de presentar sus datos, a pesar de proclamarse vencedor con 52 por ciento de los sufragios.

El fraude es tan grosero que hasta presidentes que simpatizan con la república bolivariana, los de Brasil, Colombia y México han marcado su distancia, mucho más, por cierto, Lula y Petro que López Obrador. El 1 de agosto, pidieron una “verificación imparcial”, además de la publicación de los resultados; López Obrador, luego de protestar contra los llamados de la OEA (“¿Qué se tiene que meter la OEA?”) y de preguntar “¿Dónde están las pruebas de que ganó el candidato opositor?”, se quedó callado. El 23 de agosto se limitó a decir: “Esperaré a que se den a conocer las actas”. Sigue esperando a pesar de la ruda represión desatada por Maduro que ha cobrado la vida de más de 25 personas y ha privado de la libertad a 1,659 venezolanos. Para Maduro, los manifestantes son “drogados, locos, armados por una conspiración terrorista, pagados 150$ por los EU”. Tiene a sus halcones, los “colectivos”, unos paramilitares violentos y matones. El nombramiento de Diosdado Cabello al ministerio del Interior y Seguridad, el 27 de agosto, en víspera de una nueva gran marcha opositora, para “pacificar” a Venezuela, es siniestro. El hombre, compañero de Chávez desde el putsch fallido de 1992, su ministro del Interior, no anuncia nada bueno.

El régimen está a la defensiva, atrincherado detrás de sus generales, los que comparten el botín con el presidente y sus ministros. Maduro acusa a Lula y a Petro de “fachistas” y al presidente chileno Boric, radical en su denuncia del fraude, de ser un “pinochetista”. Por cierto, Pinochet, confiado como Maduro, había convocado a un referéndum. Perdió. A diferencia de Maduro, aceptó el veredicto popular y su dictadura se esfumó. Aceptar la derrota caracteriza y condiciona la democracia política. “La democracia es un sistema en el cual los partidos pierden las elecciones”, dice no recuerdo quién, pero Maduro y la pandilla en el poder es incapaz de aceptar la derrota electoral; no quieren porque no pueden: perder es un lujo que no se pueden dar. No aceptan el relevo pacífico e institucional porque el costo sería demasiado grande. Por eso no pueden publicar las actas de la elección y han optado por la represión absoluta.

Reconocido por Rusia, China, Bolivia, Cuba, Nicaragua y Honduras, Maduro y su gobierno optaron por el terrorismo de Estado, sin doblar a la oposición hasta la fecha. El tirano colectivo, del cual Maduro es solamente la cara, se siente intocable porque está sentado sobre las reservas petroleras más grandes del mundo. Los Estados Unidos, paralizados por sus elecciones presidenciales, se han limitado a condenas verbales. ¡Perdón! Han confiscado un avión de la propiedad personal de Maduro. El candidato de la oposición, refugiado en embajadas, voló a España en un avión militar español, después de sospechosas negociaciones entre Caracas y Madrid. ¿Cayó en una trampa? Sus partidarios dicen que regresará a tomar posesión el 10 de enero. Y “el entorno de Maduro empieza a asumir que la situación es insostenible, pero él se niega a abandonar el poder”, según fuentes venezolanas implicadas en las negociaciones.

Historiador en el CIDE