“El problema somos todos, y la solución no existe”, dijo Francisco “Pancho” Liguori, poeta y humorista veracruzano. Esto se aplica a la tragedia que empezó hace un siglo en un territorio disputado por dos naciones. Todo el mundo mira hacia Gaza con sobrada razón y se pregunta si Tsahal, el ejército israelí, hará en Rafah lo que hizo en el resto de la Franja, dejando un campo en ruinas y un montón de cadáveres. ¿Tendrá efecto la amenaza del presidente estadounidense de suspender la entrega de obuses a las FFAA de Israel? Parece que Netanyahu y sus numerosos partidarios sufren del síndrome de Sansón, el héroe bíblico que se hundió debajo de los escombros del templo para llevarse con él en la muerte a los enemigos filisteos. La palabra “filisteo” engendró la palabra “Palestina”. Vieja, muy vieja historia. O sea, la tentación del suicidio colectivo como bien dice Yuval Noah Hariri en el diario Haaretz que consulto en inglés.
No todos los israelíes piensan así. Ni Hariri, ni Adam Keller de gush-shalom.org, ni Yossi Schwartz de la International Socialist League, ni el movimiento ciudadano Israel-palestino A Land For All, ni David Shulman, activista de Ta’ayush que, con sus compañeros israelíes y palestinos, defienden, en los territorios ocupados, a los palestinos contra los temibles colonos judíos animados por convicciones religiosas apocalípticas. Acaban de exigir una investigación sobre las fosas comunes encontradas en Gaza después del retiro de las tropas israelíes. Participaron en manifestaciones que reunieron en Israel a decenas de miles de personas para pedir un cese al fuego y la liberación de los 132 rehenes en poder de Hamas. Ellos hablan desde siempre de la necesidad de hacer justicia a los palestinos para salvar a Israel de sus enemigos y de sí mismo. Desde el 7 de octubre de 2023 denuncian los abominables crímenes de guerra cometidos por Hamas, sin disimular las violencias sexuales contra las treinta mujeres asesinadas; denuncian también los crímenes de guerra cometidos por Tsahal; siguen denunciando la violencia de los colonos contra los palestinos en Cisjordania, violencia muy anterior a la guerra contra Gaza.
Los colonos, armados por el siniestro ministro de la Seguridad Nacional, Itamar ben-Gvir (como si el director del FBI fuese el Supremo del Ku-Klux-Klan), actúan a la luz del día, bajo la mirada benévola de los soldados, y de noche también, para inspirar a los palestinos un terror tal que no les quede más que partir. La meta es repetir la operación de 1947-1948 que causó la Nakba, la salida de 750 mil palestinos. Todos los pueblos del valle del Jordán y de las lomas de Hebrón son víctimas de sus operaciones: destruyen pozos, cisternas, molinos de viento, matan al ganado, cortan y queman los olivares, incendian y matan. En los últimos meses, 16 pueblos han sido abandonados. “La maleta o el ataúd”, dicen los colonos.
Netanyahu y los colonos buscan matar de manera irremediable toda posibilidad de reconciliación, de convivencia pacífica, entre los dos pueblos. Creen que Hamas les proporcionó la oportunidad histórica de terminar la Nakba. Este hombre, con seis mandatos de primer ministro y 16 años en el poder, ha sido reelecto en 2022. Su coctel de ultranacionalismo, racismo supremacista, odio a la democracia y al liberalismo le vale el apoyo de la cuarta parte del electorado que canta “¡Bibi, Bibi, ejem Israel!”, “Bibi, Rey de Israel”, como si fuese un nuevo David.
Hamas sueña con una Palestina sin un solo judío; los partidarios de Bibi sueñan con limpieza étnica o, si no se puede, un apartheid. El criminal 7 de octubre ha impactado a la gran mayoría de los israelíes de tal manera que, con o sin Bibi, les será difícil cambiar de idea. La criminal guerra de Israel contra Gaza tiene el mismo efecto sobre los palestinos. Decía un francés de la Resistencia contra los nazis: “Es difícil convencer a individuos. Pero es imposible convencer a un cuerpo social”. La esperanza muere al final.
Historiador en el CIDE