El 24 de febrero de 2022, Vladímir Putin lanzó la invasión a Ucrania, sin declaración de guerra, como una Operación Militar Especial. El 4 de febrero, cuando las tropas rusas se concentraban sobre la frontera para prepararse al asalto, algo que los occidentales, menos el presidente Biden, no quisieron ver, Vladímir Putin había volado a Pekín para firmar con Xi Jinping una “Declaración comuna”, esbozo del nuevo orden mundial que deseaban. Los observadores no prestaron mucha atención al hecho; cuando uno lee el documento dos años, casi tres años después, se asombra de la inconciencia de la mayoría de los dirigentes occidentales.
El pacto empieza con una denuncia de los Estados Unidos y sus aliados, el famoso “Occidente global” que incluye a los orientales Japón y Corea del Sur, “algunos actores que no representan más que una minoría a la escala mundial (…) y, sin embargo, actúan como si su modelo de sociedad debiera aplicarse a la humanidad toda, como si a ellos, a ellos solos, les tocara resolver a su manera todos los problemas del planeta”. “Frente a esa visión unilateral, la mayoría de la humanidad reclama una redistribución del poder en el mundo”. Tres semanas después, empezó la guerra rusa contra Ucrania que no dice su nombre. Difícil creer que Putin no haya informado a Xi Jinping de sus intenciones.
Más de mil días de guerra… ¿Qué sentido tiene este episodio belicoso? ¿Habrán decidido los dirigentes chino y ruso que era el momento de acabar con unos Estados Unidos en franca decadencia? Sus aliados no cuentan para nada, así que la meta proclamada muchas veces por Vladímir Putin, desde febrero de 2007, es poner fin a la hegemonía estadounidense. El combate decisivo para tumbar de su trono la actual superpotencia ha tomado, en Ucrania, una dimensión militar porque, si bien China está ganando la batalla económica, Rusia no puede competir con los EU en ese dominio.
¿Ha empezado la Tercera Guerra Mundial constantemente evocada por Putin cuando amenaza con un holocausto nuclear? Todo el mundo está de acuerdo que, al menos, es una nueva guerra fría o que la guerra fría nunca ha terminado, si uno piensa en los episodios balcánicos, sirio y libio, a la alianza entre Irán y Rusia. En realidad, falta la dimensión ideológica que caracterizaba la guerra fría, su dimensión comunista, revolucionaria; la lucha no era contra el Occidente, puesto que la URSS era occidental, sino contra el capitalismo, contra la burguesía, contra la religión, contra el colonialismo, contra todos estos explotadores. Hoy Putin, al lado del patriarca Kirill, ostenta la cruz ortodoxa y China que conserva la bandera roja y el retrato de Mao, no tiene nada de comunista.
Los aliados, partidarios y amigos de la Unión soviética, eran de izquierda, ahora son de extrema derecha como Francia, Alemania, Hungría, Rumania, etc. Moscú, en los tiempos soviéticos, apoyaba de muchas maneras a los movimientos de liberación nacional, mientras que hoy contribuye a aplastarlos como cuando salvó, a partir de 2014, al régimen de Bashar al-Assad, y apoya a todas las juntas militares golpistas en África. De manera significativa, en su Declaración de febrero de 2022, Vladímir Putin y Xi Jinping denunciaban formalmente a “las revoluciones de color” atribuidas a la CIA.
¿Y qué pasó con la competencia económica entre socialismo y capitalismo? Nikita Jrushchov anunció que en 1980 la URSS alcanzaría y rebasaría a los EU (y que enseñaría en televisión al último sacerdote). Hoy las élites rusa y china coleccionan los billonarios que tienen como modelos a Donald Trump y Elon Musk. La diferencia, para los capitalistas rusos y chinos, es que, si se portan mal políticamente, lo pierden todo: ahí están los ejemplos de los “oligarcas” rusos como Berezovski, “suicidado” y Jodorkovski, encarcelado más de diez años. Con todas estas diferencias, se vale hablar de guerra fría muy real y se vale temer que pase al nivel superior de guerra mundial. Mientras, Putin le saca las castañas de la lumbre para un Xi Jinping que protesta de su neutralidad.
Historiador en el CIDE