Siete estados de la cuenca del Río Colorado, en los Estados Unidos, firmaron un tratado para usar menos agua del río, víctima de la sobreexplotación y de una sequía de veinte años. Eso no resuelve el problema, pero permite ganar tiempo. ¿Esperando una serie de años lluviosos o un cambio radical en el uso del agua? El río ha permitido instalar 40 millones de personas y regar 2 millones de hectáreas en el desierto. Una locura, nos decía nuestro profesor de geografía, hace sesenta años.

Al mismo tiempo, muy lejos del Colorado, Chile se enfrenta a la mayor sequía de su historia; es el país de América Latina con el mayor riesgo por falta de agua. Seis o siete regiones que concentran el 80% de la población conocen una crisis hidrológica sin precedentes, “un terremoto silencioso”: once años consecutivos con precipitaciones inferiores a lo normal, algo que no había ocurrido desde que hay registro histórico.

Podemos dar más ejemplos: crecimiento demográfico, urbanización masiva, agricultura de exportación que necesita riego, se unen al cambio climático para poner la cuarta parte de la población mundial en una situación de crisis hidrológica. Desde el Norte de China hasta Chile, son muchos los países y las provincias que pasan o pasarán por la dura prueba de la sed. En agosto de 2019, el Instituto Mundial de Recursos Naturales enumeró diecisiete países en situación de “stress hídrico”, lo que significa que gastan toda el agua disponible. Ciertamente, muchos se encuentran en zonas áridas, pero también despilfarran su agua, o echan a perder bosques y zonas húmedas, o acaban con las reservas del manto freático.

Es el caso de nuestro país y de sus grandes ciudades, empezando por la megalópolis de México que se hunde cada año no sé cuantos centímetros por el bombeo sin control del subsuelo. Nuestra capital no ha sufrido, hasta la fecha, las crisis de Sao Paulo, Chennai en la India, Cape Town en África del Sur que llegaron hace poco a la víspera del “Día Cero”, día en el cual todas las presas quedarían vacías. El Instituto profetiza que en el futuro se presentarán más y más Días Cero, porque, a todos los factores anteriores, se suma el cambio climático que aumenta la evaporación de las aguas a cielo abierto, ríos, lagos, presas. Eso en el momento preciso cuando aumenta el consumo de agua, tanto por el crecimiento demográfico como por el económico: industrias y agricultura, creciente consumo de carne consecuencia de un mejor nivel de vida. No es cosa solamente de países o de regiones pobres: Los Ángeles, Phoenix o Las Vegas con su afición por las albercas privadas no cantan mal la ranchera.

Se puede hacer mucho para evitar lo peor: industria y agricultura pueden y deben usar las nuevas tecnologías que ahorran mucha agua; los gobiernos municipales deben poner fin al escándalo de que un litro de cada tres se pierde antes de llegar a la llave; la gente debe aprender a consumir de manera racional y a pagar el agua. Los gobiernos deben asumir la autoridad ambiental para conservar y almacenar el agua, preservar los bosques, no acabar con pantanos y lagunas, no contaminar los ríos. Hasta se debe pensar en escala planetaria, porque si no se hace, habrá guerra por el agua. En el Medio Oriente sobran los conflictos por ella: entre Turquía y sus vecinos, entre Israel, Líbano, Siria y los palestinos. La edificación de una gran presa en Etiopía, sobre el Alto Nilo Azul, preocupa con razón al Sudán y a Egipto que se encuentran río abajo. Consciente del problema, el gobierno etíope acaba de posponer el cierre de las compuertas. ¿Luego? Me quedo seco, con el cerebro seco, atrapado en penosas reflexiones sobre nuestra inconciencia irresponsable.

Historiador

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