No hablaré de la diplomacia del gobierno actual sino de la seguida por un general revolucionario, el presidente Lázaro Cárdenas, bien asesorado por el discreto si bien indispensable Ignacio García Téllez. Eso me vino a la memoria cuando presentaron, en la Cámara de Diputados, el excelente libro de Luis Medina, Ignacio García Téllez, ideólogo desconocido del cardenismo. Perdonarán la emotividad, pero, como natal de Francia, de la generación nacida en medio de la segunda guerra mundial, no puedo no vibrar al escuchar las palabras del general, en junio de 1940. Las leo, pero, créanme, las oigo.

El 11 de junio de 1940, el secretario de Gobernación, Ignacio García Téllez, convocó a los principales diarios de la ciudad capital a una conferencia de prensa. Con la mayor solemnidad, informó que el presidente Cárdenas acababa de mandar el telegrama siguiente al presidente francés Lebrun. En aquel momento, los tanques alemanes, apoyados por la aviación y seguidos por la infantería habían roto el frente francés desde el mar hasta los Alpes. Traduzco del texto francés: “Deseo informar Vuestra Excelencia de la dolorosa impresión que sufre mi Gobierno al enterarse de la declaración de guerra hecha por Italia al gran pueblo francés que ha sido tradicionalmente el portavoz de las libertades humanas y de los derechos del hombre, así como de la moral internacional. Reitero mis mejores deseos de prosperidad para el pueblo francés y para el bienestar personal de V.E.”.

Mussolini, prudentemente neutral desde el inicio de la guerra, al ver el derrumbe militar de Francia, le daba una puñalada trapera en la esperanza de anexar Niza, Saboya, Túnez… Unos días más y el mariscal Pétain pediría el armisticio al vencedor nazi. El mensaje generoso del general Cárdenas estaba en la lógica de su línea diplomática de siempre: defensa de la soberanía nacional y defensa de lo que llamó “la moral internacional".

En abril de 1935, México se unió a la Liga de Naciones, antecedente de la ONU, para condenar el rearme unilateral de Alemania, en violación de los pactos asumidos; en 1936, a la hora de la agresión italiana contra Etiopía, Cárdenas ordenó a su delegado, Narciso Bassols, de votar a favor de sanciones contra Italia, que incluían un embargo petrolero; en julio de 1936, cuando se levantaron las sanciones (en gran parte por la presión inglesa), México manifestó su desacuerdo, profetizó las terribles consecuencias de la medida, y anunció que se retiraba de la sesión de la Liga. No creo necesario recordar el apoyo total que Cárdenas dio a la república española frente a la rebelión que llevaría Franco al poder.

En 1937 y 1938, en varias ocasiones, México condenó, tanto en la Liga como en otros encuentros internacionales, la invasión de China por el imperialista Japón, así como los crímenes de guerra cometidos por el ejército nipón. El 19 de marzo de 1938, nuestro delegado en Ginebra, sede de la Liga, condenó la invasión de Austria por el Tercer Reich. En nuestra América, desde 1936, el general defendió el principio de la solidaridad continental sobre la base del respeto mutuo y de la solución pacífica de los conflictos territoriales.

Al inicio de la guerra mundial, el 17 de septiembre de 1939, Cárdenas pronuncio un firme discurso sugerido por García Téllez: “En esa hora suprema, marcada por acontecimientos de un sentido trascendental para nuestro país … debemos reiterar de nuevo nuestro credo social que condena la guerra como un instrumento absurdo para la solución de las dificultades que surgen entre las naciones. Persistimos en nuestra fe que, algún día surgirá un sistema eficiente que ponga fin al desastre causado por la ambición, y defenderá las libertades y la soberanía de las naciones, manteniendo la paz orgánica”.

En diciembre de 1939, cuando Stalin atacó la pequeña Finlandia, Cárdenas se indignó sobremanera y condenó la agresión soviética. En mayo de 1940, a la hora del Blitzkrieg alemán contra Francia, México dio a entender que “muy probablemente seguirá la actitud estadounidense frente a la guerra”. Así fue. Sin comentarios, extraño a Cárdenas.

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Historiador en el CIDE