No se trata de política mexicana, sino de la Operación Especial que Putin emprendió contra Ucrania. ¿Quién tiene el corazón tan duro para no desear la paz cuanto antes? Entre muertos y heridos, los rusos han perdido 180 mil soldados y los ucranianos 100 mil; millones de civiles han sufrido y sufren, exilio, bombardeos, privaciones, frío… Hace unos años, un lector de Carl Schmitt concluía: “Lo que necesitamos hoy, frente a adversarios que se ven como enemigos absolutos, es reaprender lo que es una guerra limitada”. Hermoso y razonab le deseo, pero ¿a dónde fue a parar la razón? Cormack McCarthy, en su última novela, El Pasajero, escribe: “Shaddam dijo alguna vez que el mal no tiene un plan B. Sencillamente es incapaz de asumir el fracaso”. Putin no parece tener la capacidad de asumir el fracaso y por lo tanto sigue su escalada hacia los extremos.

Cuando, el 21 de septiembre de 2022, el presidente ruso anunció la organización de referendos en los distritos de Luhansk, Donetsk, Zaporozhiya y Kherson sobre su incorporación a la Federación de Rusia, manifestó que su vehículo no tenía reversa. Igor Guirkin, exministro de la Defensa de la “república popular de Donetsk” exclamó con alegría: “Con este acto, el presidente nos hace cruzar el Rubicón. Ya no habrá posibilidad de echar marcha atrás… El 27 de septiembre (día del referendo) esos territorios quedarán incorporados a la Gran Rusia. Y el Kremlin quedará contra la pared… Rusia tendrá que defender esos territorios por más que le cueste, porque, perderlos sería sufrir una derrota imposible de disimular… Entramos ahora a una nueva realidad: o bien Ucrania capitula, lo que no hará, o bien Rusia entrará en guerra contra ella para liberar nuevos territorios. No hay acuerdo diplomático posible”.

En la televisión rusa, la muy taquillera Margarita Simonian dice lo mismo: “O venceremos, o será la guerra nuclear… Rusia cruzó el Rubicón. Al declarar la movilización (de 300 mil reservistas) y la incorporación de los territorios, quemamos los puentes. Ya no podemos dar marcha atrás… O seremos vencedores, o desapareceremos”.

Perdonará el lector que me atreva a transcribir los apuntes de Goebbels en su Diario, en marzo de 1943, después de la derrota nazi en Stalingrado, y en junio y noviembre del mismo año: “Nos comprometimos tanto, sobre todo en la cuestión judía, que ya no es posible echarse hacia atrás. Mejor así. Un movimiento y un pueblo que han cortado los puentes detrás de ellos combaten con más resolución que los que tienen una posibilidad de retirarse”. “Cortamos los puentes… Entraremos en la historia como los más grandes estadistas o como los más grandes criminales de todos los tiempos… Tenemos tantas cosas sobre la conciencia que debemos vencer. Si no, todo nuestro pueblo será borrado”. (Debo las citas a la historiadora francesa Françoise Thom.)

El “pragmático” Vladimir Putin (así lo calificaban los mejores analistas) abandonó todo pragmatismo al escoger “la subida a los extremos” que temía Clausewitz; la guerra ha dejado de ser la continuación de la política, un medio político pragmático, para volverse la guerra por la guerra. La guerra le da legitimidad (¿hasta cuándo?), permite borrar el derecho para acabar, en Rusia, con “los traidores”; es la violencia como principio del poder. Se nos olvidó que su primera popularidad, el joven Putin se la ganó en la atroz guerra de Chechenia cuando prometió “rematar a los chechenos hasta en los retretes”.

Por lo pronto, Putin ha demostrado su voluntad de crear lo irreversible de modo que no le queda más que huir hacia adelante. El Occidente, estupefacto, se deja llevar, paso a paso, hacia la tercera guerra mundial que ya empezó. La primera fue precedida, en 1913, por las guerras balcánicas; la segunda, por la destrucción de Checoslovaquia y la “Gran Guerra Patriótica” soviética (1941-1945), por el reparto de Polonia entre Hitler y Stalin. ¿Se podrá “limitar” la guerra a Ucrania? El patriarca Kirill nos promete el apocalipsis nuclear si Occidente da sus tanques de asalto a las fuerzas ucranianas.

Historiador en el CIDE
 

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