Creo haberles contado que la gran Iglesia Ortodoxa de Rusia (de Todas las Rusias) es la única Iglesia cristiana que, no solamente no condena el uso de las armas nucleares, sino que ha elaborado una teología de su legítimo y hasta santo empleo. Bueno, cuando digo “la Iglesia” pienso en su patriarca, Kirill, en un buen número de sus obispos (él los ha escogido) y un número indeterminado de sus sacerdotes. ¿Cuántos? No sé. ¿Algún porcentaje? Cuando unos trescientos sacerdotes protestaron contra la guerra –perdón, palabra prohibida, hay que decir “operación especial militar”–, contra Ucrania, fueron rápidamente silenciados. No se ha escuchado, a lo largo de los veinte años en los cuales se sacralizó, bautizó, santificó “el escudo nuclear” de la Santa Rusia, la voz de ningún obispo. ¿Y ahora, cuando el Gran Poder, Vladimir Putin pone en alerta las fuerzas nucleares y promete emplearles si fuese necesario? Tampoco.

En el “combate sagrado contra el Occidente, dijo el patriarca Alexis II (1990-2009) los soldados soviéticos (en la Gran Guerra Patriótica de 1941-1945), muchas veces sin realizarlo, continuaban una tradición espiritual rusa y se volvían los herederos de los guerreros glorificados como amantes de Cristo”. Evocaba las figuras de Alexander Nevsky, vencedor de los “cruzados” suecos y teutónicos, de Minin y Pazharsky que sacaron los polacos del Kremlin en 1612, de Kutuzov quién derrotó a Napoleón, del mariscal Zhukov que no perdió una sola batalla contra los alemanes, y de quien se nos dice ahora que era un gran cristiano (en tiempos de Stalin). El patriarca Kirill explica que, como la agresión napoleónica (occidental), la del occidental Hitler fue un castigo de Dios por los pecados de la nación rusa, pero que la victoria final se debe a Dios, quién manifestó su misericordia para el pueblo ruso. Homilía del 9 de mayo de 2010, en la conmemoración de la Victoria de 1945.

En esa lectura de la historia milenaria de Rusia como resistencia exitosa a un malvado Occidente, primero católico romano, luego decadente y pervertido, la teología nuclear toma todo su sentido, como bien lo explica Iegor Kholmogorov en su La Iglesia santifica el escudo nuclear, texto destinado al gran público. Desde la desaparición de la URSS, la Iglesia afirmó que las armas nucleares tenían una connotación divina, puesto que eran el “escudo” propio a salvar la Santa Rusia de sus enemigos; divina desde el principio, puesto que la bomba nuclear soviética fue concebida y realizada en Sarov, en el convento que fue de San Serafim. Ninguna coincidencia. Por eso, la Iglesia puso el escudo nuclear bajo la protección del santo aquel, bendijo cada uno de los bombarderos estratégicos, cada uno de los submarinos nucleares, dándoles nuevos nombres con carga religiosa ortodoxa. En las fiestas del centenario de la canonización de Serafim, en 2003, se cantó: “Sea alegre, tú, el escudo y la protección de nuestra Patria”.

En 2007, Putin afirmó que las armas nucleares y la Ortodoxia eran los dos pilares del Estado ruso y, a partir de ese momento, se difundió el concepto de atomnoe pravoslavie, “ortodoxia nuclear”. No invento. “Una defensa contra los espíritus del Mal y los pueblos que conducen… la Ortodoxia Nuclear es una estrategia rusa escatológica para todos los tiempos… si nosotros, rusos, queremos preservar nuestra existencia”. Hace poco, en el tercer mes de la agresión contra Ucrania, Putin dijo que se usaría el arma atómica si la existencia de Rusia estuviese amenazada. La tesis en dos puntos del Patriarcado no ha variado entre 2007 y hoy: “para seguir siendo ortodoxa, Rusia necesita un poder nuclear fuerte; para seguir siendo un poder nuclear fuerte, Rusia debe ser ortodoxa”.

Eso significa que la Iglesia no frenará a su presidente si decide desatar el fuego nuclear. Ya nadie habla de “bluff” cuando Putin o sus voceros prometen que “tenemos armas como nadie puede imaginar y las usaremos si es necesario. Las decisiones se tomaron ya”. Los rusos han de saber que, en caso de guerra nuclear, todos perderán. “De acuerdo, pero nosotros moriremos como mártires, iremos al paraíso; ellos se pudrirán en el infierno”. No invento.

Historiador en el CIDE

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