Cuando cayó en el camino de Damasco, aún no se llamaba Pablo, sino Saul. Perseguía con gran celo a los discípulos de Jesús y cumplía con las instrucciones del gran sacerdote de arrestarlos. Estaba cerca de Damasco cuando lo rodeó una gran luz, cayó a tierra y escuchó una voz que le decía: “Saul, Saul, por qué me persigues?” “Quién eres, Señor?”. “Soy Jesús, que tú persigues”. Así fue la conversión de Pablo.
Daniel Ortega, el renegado de la Revolución transformado en déspota de por vida en compañía de su esposa, la vicepresidenta y bruja Rosario Murillo, se ha vuelto un feroz perseguidor de la iglesia católica y del pueblo de Nicaragua. ¿Encontrarán su camino de Damasco? Lo dudo, porque no hicieron caso de la advertencia que Juan Domingo Perón le hizo a un dictador caribeño, no recuerdo si Trujillo o Somoza: “Amigo, no te metas con los curas. Me topé con la Iglesia y mira cómo me fue”. En efecto, en el último año de su tercera presidencia la emprendió contra la Iglesia, lo que desató la violencia, hasta que fue derrocado a fines de 1955.
A veces, la realidad rebasa la ficción. El año pasado, Sergio Ramírez, uno de los comandantes de la gloriosa revolución que acabó con la dictadura del clan Somoza, ministro sandinista, compañero de Ortega, que lo quiere preso, como a tantos que fueron sus compañeros de lucha y lo liberaron cuando estaba preso, Sergio Ramírez publicó una novela totalmente transparente: Tongolele no sabía bailar. Nada que ver con nuestra famosa bailarina. Es la historia apenas novelada del año 2018 en Venezuela, del gran movimiento cívico, popular y estudiantil, contra la dictadura de la pareja diabólica, y de su feroz represión: 350 muertos y miles de heridos, miles de presos, de torturados, más de cien mil exiliados. Entre los personajes más importantes de la novela, un obispo, varios curas, militantes católicos, santas mujeres. El obispo comprometido en la lucha social y la defensa de los derechos humanos sobrevive a un atentado, pero la Santa Sede, para salvarle la vida y, lo que le importa más, calmar al tirano, lo trae a Roma.
Bueno, es la historia de monseñor Silvio José Báez que, en 2018, era el obispo auxiliar del arzobispo cardenal de Managua. Perdón, tengo que remontar en el tiempo. Los católicos participaron con entusiasmo en la lucha contra Somoza; tres sacerdotes fueron ministros del gobierno revolucionario. Esa luna de miel terminó cuando la guerra civil, alentada por los EU y los errores del gobierno, hizo del arzobispo (luego cardenal) Miguel Obando, un duro crítico del gobierno. Después del Acuerdo de Paz de Esquipulas (1987), participó en la Comisión de Reconciliación. Ortega, derrotado en 1990, se reconcilió con el cardenal, pidió perdón por los atropellos cometidos contra la Iglesia y volvió al poder en 2006. A partir de 2008, los obispos empezaron a denunciar los fraudes electorales, la violencia y la corrupción. En abril de 2018, con la reelección indefinida de Ortega, empezó la crisis actual, con el gran movimiento cívico de oposición.
Los obispos aceptaron mediar para un diálogo entre el gobierno y los manifestantes. Participaron tanto el cardenal Leopoldo Brenes como su auxiliar monseñor Báez, a pesar de que los dos –y el nuncio W. Sommertag– habían sido apaleados. La primera ronda fracasó y el gobierno rechazó la presencia del obispo Rolando Álvarez en la segunda, que fracasó también. En marzo de 2019, el Papa recibió al obispo Báez en audiencia privada y le pidió mudarse a Roma. Es lo que cuenta de manera transparente Sergio Ramírez en su novela. En los tres años siguientes, la ofensiva contra la Iglesia escaló hasta la expulsión del nuncio, luego de las monjas de la orden de Teresa de Calcuta: 250 agresiones documentadas: golpizas a sacerdotes, profanación y quema de templos, destrucción de la imagen de la Sangre de Cristo, venerada desde hace 382 años. Y, finalmente, el arresto del obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, el 19 de agosto.
“No hay poder humano que pueda acabar con esta dictadura tan nefasta y criminal. La victoria la dará el Señor”, comenta la abogada Martha Molina. El Papa calla, el gobierno de México calla. Y la invasión rusa en Ucrania cumple seis meses.
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