En el día 670 de la terrible agresión rusa contra Ucrania, vuelvo a leer “La noche de Navidad”, uno de los cuentos ucranianos del apicultor Panko el Rojo, en realidad Nicolás Gogol, Mykola HoHol, en ucraniano. Evoca “esos pasteles que mi vieja les dará de comer. ¡Qué pasteles! ¡Azúcar, ni les digo, mantequilla, que se te llena la boca de saliva! Lo que saben hacer esas muchachonas… ¿Ya probaron el jugo de pera fermentado con ciruelitas o vodka con especies y uvas pasas?”. “Los muchachos y muchachas cantando cantos de Navidad o canciones improvisadas deambulan con mochilas al hombro… las ventanitas se abren y una mano flaquita –sólo las viejitas se quedaron en casa, así como los respetables padres de familia–aparece y da a los cantantes un salchichón o una rebanada de pastel o una moneda de cobre. Muchachos y muchachas se abalanzan para recoger el botín”.
“Cantos navideños, bajo las ventanas, en la noche de Navidad, se llaman koliadki. Se dice que existió antaño un ídolo llamado Koliada y que de allí vienen esos cantos. ¿Quién sabe? A la gente sencilla no nos toca discutir esas cosas. El año pasado el padre Ossip prohibió cantarlos, diciendo que la gente así complacía a Satanás. Pero, la verdad, los cantos no dicen nada de Koliada, hablan mucho del nacimiento de Jesús y al final se desea salud al amo o a la ama de casa, a sus hijos y a toda la familia”.
En tiempo de la Unión soviética, las familias solo podían celebrar en su casa, a puertas cerradas. Desde la perestroika, y más aún desde la independencia de Ucrania, renacieron las viejas tradiciones, Navidad es un día feriado (en Rusia también), y la gente se engalana con los trajes típicos, en una manifestación inofensiva de nacionalismo. Entre los ucranianos exiliados desde el inicio de la guerra, en el seno de la numerosa y antigua diáspora ucraniana, especialmente en Canadá, Estados Unidos y Alemania, se celebra más que nunca, como mantenimiento o recuperación de la conciencia nacional.
No sé si Putin concederá una tregua navideña o si lanzará 75 drones Shahed sobre Kyiv, como lo hizo la noche del 24 al 25 de noviembre, en el lanzamiento más grande desde el inicio de la guerra. Sé que la gente, ortodoxos, greco-católicos unidos a Roma, creyentes y no creyentes, celebrará en la medida de lo posible. Con un problema de calendario: muchos ucranianos celebran el 24 de diciembre, pero los que siguen fieles al Patriarcado de Moscú celebran del 6 al 9 de enero, porque la Iglesia Ortodoxa Rusa mantiene el viejo calendario juliano. No aceptó en aquel entonces la reforma del calendario por ser, supuestamente, católica (“calendario gregoriano”).
La celebración viene después de días de comprar, hornear y guisar, días de adornar la casa y el árbol de Navidad. Se pone heno en todos los rincones y debajo de la mesa; al pie del icono se depositan espigas de trigo que representan a los antepasados. En las aldeas rurales, golpean el vidrio de la ventana, desde adentro, para pedir una buena cosecha. Y ahora, para que termine la guerra y no haya tantas minas en el campo. Hay dientes de ajo para espantar a los malos espíritus (¿vampiros o soldados enemigos?).
En la cena de Nochebuena se sirven doce platos sin carne. Se sientan todos en la mesa cuando luce la primera estrella. Primero se sirve la kutia, gacha de trigo con semillas de amapola, miel y nueces; luego dos platos de pescado frío, un caldo de borsh rojo sin carne, varios rollos de col, setas, rellenos de papa y choucroute. De postre no puede faltar usvar, compota de frutas secas. En la Nochebuena, no se consumen ni carne ni alcohol.
Los antropólogos y los discípulos de Francisco de Asís aprobarán, no lo dudo, la costumbre campesina de dar a los animales una comida especial porque, en esa noche donde el buey y el burro calentaron al recién nacido, los animales pueden comunicarse con Dios. Al terminar la cena, todos salen en el frío para presentar platos de fiesta a los vecinos, amigos y parientes. ¡Feliz Navidad!