Como siempre hay profecías alegremente contradictorias. Nos dicen que la pandemia le asestó un golpe mortal a la mundialización; nos dicen que el Covid es una manifestación innegable de la mundialización, confirmada por la carrera mundial por las vacunas y, ahora, la campaña de vacunación para toda la humanidad. Hace siglos que las pandemias sucesivas, pestes y cólera, han manifestado la antigüedad de la globalización; hace cientos de miles de años, nuestros antepasados salieron de África y recorrieron el planeta entero: primera mundialización.

No asoma el fin del fenómeno; muchas cosas van a cambiar. A la hora de la penuria de mascarillas y de quién sabe cuántos medicamentos, se descubrieron los inconvenientes de la deslocalización, la que consistió, durante cuarenta años, en dejar las actividades productivas a los países con mano de obra muy barata. Un fenómeno que empobreció a los obreros europeos y norteamericanos, pero que sacó de la pobreza extrema a multitudes en el Sur y en el Este, que provocó la impresionante industrialización de China, la India, etcétera. Eso puede cambiar.

En Europa, se habla mucho de recobrar la soberanía económica en sectores estratégicos como la salud y otros más. Eso no pondrá fin al comercio internacional. China y la India seguirán en su poderosa dinámica industrial; las Américas bien podrían formar un bloque de integración económica, mientras que Europa, para bien y para mal, estaría en contacto estrecho con África, el gigante demográfico del futuro, con sus 3 o 4 mil millones de habitantes a finales del siglo. La África mediterránea árabe podría ser para Europa lo que México ha sido para los EU. En cuanto a la África negra… va a ser el desafío, para no decir el problema, del siglo XXI.

La ofensiva de Trump contra China no parece haber cambiado nada la situación, mientras que el TLC transformado en TMEC puede ser positivo para sus tres socios, con la promesa de un alineamiento progresivo de los salarios, por ejemplo, en la industria automotriz, tan importante en México: un obrero mexicano debería ganar por lo menos el 70% del salario de su colega de Detroit.

Una nueva mundialización, pues. Con restauración del papel de los Estados, en ciertas regiones demasiado afectadas por el liberalismo (el prefijo “neo” no añade nada a la palabra que es muy clara). El estado chino ha sido el gran rector de la economía y Mariana Mazzucato nos recuerda que, sin el financiamiento de la investigación fundamental por los Estados, las más grandes invenciones actuales no hubieran ocurrido: Internet, las energías renovables, muchos medicamentos, el smartphone, y, ahora, ¡las vacunas contra el Covid! No se puede oponer un sector privado inventivo y dinámico a un sector público ineficiente y costoso. En grandes proyectos como los cohetes y los satélites que lanzan, si el Estado no asume el papel rector y prefiere delegar en forma del tan discutido “outsourcing”, el caos se instaura, los retrasos se multiplican, así como las fallas catastróficas.

Se hizo famosa con su libro El Estado empresarial: para poner fin a la oposición público-privado, que le vale admiradores de derecha como de izquierda. Dice que el Estado, sin despilfarrar, no debe ser austero, porque sin las inversiones en ciencia y tecnología realizadas por él a lo largo de los años, Steve Jobs, “indiscutiblemente un genio digno de admiración”, no hubiera logrado nada. A buen entendedor, pocas palabras. M. Mazzucato afirma: “los Estados deben reencontrar un objetivo de bien común… deben gastar, pero a partir de una visión, deben aprender de nuevo a ver grande”, con ambición, por ejemplo, para enfrentar la crisis climática y la del medio ambiente.



Historiador.

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