No se puede olvidar en estos días el encuentro entre estos dos hombres, protagonistas de un extraordinario drama. Más allá del hecho que ocurrió en el Valle de México, es un capítulo decisivo de la historia de la humanidad, al inicio de la globalización, cuando Europa sale de su cuna del Mediterráneo y se vuelve atlántica. Venecia, Milano, Génova entran en declive; Lisboa, Sevilla, Ámsterdam y Londres toman el relevo. Después de los grandes viajeros, Colón, Amerigo Vespucci —a quien debemos el nombre “América”—, Balboa, que conectaron el Viejo con el Nuevo Mundo, llegan los conquistadores que encuentran todas las regiones habitables ocupadas por numerosas naciones; estos europeos no tardarán en traer esclavos africanos, de modo que, en América, ocurre un triple encuentro que transforma a todos.

Los invasores se apoderan rápidamente de lo que más les interesa, el oro y la plata; su pasión por aquellos metales no deja de asombrar a los autóctonos que no pueden saber que la plata, en Eurasia, desde Sevilla hasta Pekín, pasando por Estambul y Delhi, es la base monetaria indispensable para la actividad económica. Los españoles no pueden creer la abundancia del fabuloso metal que encuentran en Zacatecas y en El Potosí (en la actual Bolivia): “Cerro de Plata”. Gracias a la plata americana, el siglo XVI es un siglo de crecimiento y gran actividad económica; el agotamiento de las primeras vetas grandes, que coincide con un cambio climático negativo, contribuye al estancamiento del siglo XVII.

La conquista no se entiende sin la oportunidad que tuvieron los españoles de aprovechar las circunstancias políticas del mundo mesoamericano y del mundo andino: encontraron aliados y socios, sirvieron de contrapesos y árbitros, se alojaron en los imperios existentes y, en el caso de nuestro México, lo expandieron. De modo que las hazañas de los conquistadores, fueron también revancha y victoria de Cempoala y de Tlaxcala; la conquista de nuestro Occidente y del Sureste fue realizada por tropas mexicas, tlaxcaltecas, tarascas (purhépechas), en la lógica continuación de las conquistas realizadas por los grandes tlatoanis.

Algunos autores hablan de genocidio, frente a la innegable y trágica disminución de la población que pudo llegar, en algunas regiones, al 80%. El derrumbe demográfico ocurrió incluso en provincias que no sufrieron violencia: a los aliados tlaxcaltecas les pegó con la misma intensidad las enfermedades traídas por los extranjeros, plagas contra las cuales los americanos no tenían inmunidad natural, por la ausencia de contactos entre el Viejo y el Nuevo Mundo, desde 12,000 años antes de Cristo. Europeos, africanos, sus ganados mayor y menor, sus gallinas eran portadores de muerte.

Ambos mundos intercambiaron plantas, cultivos y animales grandes y chicos. La papa y el maíz, el jitomate y variedades de calabaza y frijol llegaron a los campos de Europa, al imperio otomano (un tiempo, en Europa, el maíz fue llamado “bledo turco” porque se cultivaba en los Balcanes), hasta China. Primero el chocolate, luego el café, conquistaron Europa, venciendo la desconfianza de las autoridades que los veían como peligrosas drogas: fue necesario una proclama de no recuerdo cual Papa para darle paso libre al café. Chocolate= afrodisiaco; café= excitante. Con un solo ejemplo, podemos darnos cuenta de las revoluciones inducidas en América por la introducción de animales y plantas “exóticas”. José Vasconcelos decía, con toda razón, que había que levantarle un monumento al burro, porque había liberado de la esclavitud a la numerosísima corporación de los “tamemes”: Mesoamérica no tenía animales de carga, a diferencia de los Andes, de modo que todo se hacía a lomo de hombres. Del Extremo Oriente llegó a nuestras costas la palmera de coco que hoy nos parece más mexicana que el nopal.

Más allá de todos los desastres, muchos miembros de la élite americana, muchas comunidades fueron capaces de sacar ventajas del nuevo orden imperial español; aprovecharon oportunidades económicas y políticas. Así, expandieron la producción de chocolate y de cochinilla con el acceso a los mercados europeos, antes desconocidos. Sería un cuento de nunca terminar, pero se me acabó el espacio.

Historiador

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