Marruecos acaba de firmar un pacto de seguridad con Israel; las relaciones de Israel con los países árabes se consolidan, sin ser afectadas por la decisión de la Secretaría de la Defensa israelí de clasificar como terroristas las seis organizaciones palestinas más importantes, ONG que defienden los derechos humanos y la sociedad civil. El “secreto defensa”, la invocación de la “seguridad nacional” permitieron hacerlo, el 19 de octubre, sin presentar la menor prueba. A los pocos días, el gobierno anunció nuevas construcciones en los territorios ocupados y un programa para duplicar en cinco años la población israelí en el valle del Jordán. Vale la pena señalar que el Departamento de Estado estadounidense y la Alta Comisionada de la ONU para Derechos Humanos han pedido explicaciones y respeto para la libertad de asociación y expresión. Eso le hace al gobierno israelí lo que el viento a Juárez.

Los árabes, ciudadanos israelíes, son también víctimas de esa expansión territorial y colonización demográfica. Hasta hace unos diez años, las ciudades “mixtas”, árabe-judías dentro de las fronteras de Israel, vivían un equilibrio que se ha vuelto muy frágil. Esas antiguas ciudades palestinas se encontraron adentro de las fronteras del Estado israelí a consecuencia de la guerra de 1948. En el último decenio, grupos de “sionistas religiosos” empezaron a amenazarlas con un empuje de colonización interna. No contento de implantarse en los territorios ocupados palestinos, se apoderan poco a poco del espacio en Israel. Combinando teología, política y mística de la Tierra con el mito del “Gran Israel”, esos grupos radicales han despertado la ira de los palestinos con ciudadanía israelí. El largo reinado de Benjamín Netanyahu les dio toda facilidad para actuar e invadir progresivamente los barrios árabes de las ciudades “mixtas”.

El resultado de tal ofensiva ha sido, en primavera de 2021, las intensas explosiones de violencia en estas ciudades, especialmente en Yaffa (abril) y Lod (mayo), explosiones detonadas por los enfrentamientos en Jerusalén, activados por las expropiaciones de palestinos en el barrio de Cheikh Zharrah. Es un fenómeno nuevo que preocupa al gobierno, pero no en el buen sentido de recapacitar, sino de recurrir a la represión, tanto en los territorios ocupados, como en Israel mismo. El resultado ha sido de dotar de una conciencia palestina a la tercera generación de los ciudadanos árabes de Israel. Algo como abrir una caja de Pandora cerrada desde 1948.

A partir de un incidente mínimo –dos rabinos de la yeshiva sionista de Yaffa atacados por dos palestinos que se negaban a venderles su casa– surgieron manifestaciones palestinas reprimidas sin moderación por la policía y, lo que es más grave, seguidas de represalias por parte de los colonos religiosos; toque de queda, militarización de la ciudad para “proteger a los colonos, víctimas de la violencia”, el engranaje de siempre, el discurso de siempre. En Lod, fue peor, después del asesinato de un joven palestino por un colono armado. Las tensiones eran mucho más fuertes que en Yaffa, por la alianza entre el alcalde y el grupo sionista religioso Garin Torani (“semilla de Tora”). El incendio de una sinagoga, permitió al alcalde hablar de una “Noche de cristal”, alusión a la noche de violencia y vandalismo desatado por los nazis contra los judíos alemanes; una exageración que echó más leña a la hoguera.

La represión de los palestinos, tanto en Israel como en los territorios ocupados, confirma una vez más, la fuerza y la eficacia del aparato de seguridad israelí. El silencio de la opinión internacional, la red de buenas relaciones con los Estados árabes, parecen ratificar tal supremacía. Pero la crisis ha tenido como consecuencia la creación de lazos entre palestinos por ambos lados de la frontera de 1967. Y, en EU, judíos americanos publicaron una carta abierta para invitar la comunidad a revisar su apoyo tradicional a Israel.

Historiador