Israel ocupa militarmente Cisjordania desde 1967. Los acuerdos de Oslo (1993-1995) repartieron en forma temporal la administración del territorio ocupado en tres zonas: la pequeña A bajo control palestino, la B bajo control compartido y la C, 62% del territorio, bajo control militar israelí. La C ha sido perforada como un queso gruyere por las colonias que alojan más de 420,000 colonos judíos. En enero de 2020, el presidente Trump propuso permitir la anexión de la tercera parte de la zona C; el gobierno israelí anunció en mayo que el 1 de julio procedería a la anexión. Los palestinos de Gaza empezaron a manifestarse y también varios gobiernos europeos porque pondría “en grave peligro la perspectiva de paz, seguridad y estabilidad regionales”. Negociaciones discretas llevaron al sorprendente anuncio, por el presidente Trump, de un acuerdo entre los Emiratos Árabes Unidos e Israel: Israel se compromete a no anexar a cambio del establecimiento de relaciones diplomáticas. El 15 de septiembre, en Washington, los EAU y Bahrein firmaron la normalización de sus relaciones con Israel, abriendo la puerta a Marruecos y demás. Arabia Saudita no comentó: quien calla, otorga. Además de los palestinos, los únicos en denunciar la “traición” fueron Turquía e Irán. Netanyahu precisó que esto no significaba el retiro de sus asentamientos en Cisjordania.

Enterrada la cuestión palestina, dictaminaron observadores muy serios, puesto que el conflicto israelí-palestino, considerado como “central” en la región, ya no impide relaciones diplomáticas (y comerciales) entre Israel y el mundo árabe. Irán y Turquía no son árabes. Rusia tiene excelentes relaciones con Netanyahu, China desarrolla sus negocios sin intervenir en “los asuntos internos” de Israel, la Unión Europea nunca exigió seriamente un alto a la colonización. Los estados árabes olvidaban que el plan de paz del rey Abdalá (2002) ofrecía la paz a cambio de la creación de un Estado palestino en los territorios ocupados. Palestina dejaba de ser su causa y su acercamiento a Israel podía entenderse como un frente contra el enemigo común: Irán.

Pero los dos millones de palestinos amontonados en Gaza, los tres millones de Cisjordania no han desaparecido. Sin contar a los que tienen la nacionalidad israelí y forman la quinta parte de la población de Israel. Habían sido olvidados. Olvidadas también las múltiples guerras de Gaza, no tan lejanas. Y de repente, el volcán que parecía dormido acaba de explotar, y, por primera vez desde 1947-1948, la guerra se da también dentro de Israel, no sólo en Gaza y Cisjordania.

Todo empezó en Jerusalén, la ciudad tres veces santa. ¿Fría provocación o estupidez? ¿A quién se le ocurre mandar la policía al lugar sagrado de la explanada de la mezquita Al Aqsa, al inicio del mes de ramadán, el 13 de abril, para silenciar el llamado a la oración, para que, abajo, en el Muro de las Lamentaciones, Netanyahu sea escuchado en silencio? ¿Y tratar de expulsar del barrio oriental de Jerusalén a seis familias palestinas? Las protestas empezaron el 3 de mayo. Como si no fuese suficiente mandaron, el 7 de mayo, en el último viernes, el día más importante del ramadán, después de las 8 p.m., las fuerzas de seguridad contra los fieles que se encontraban en la explanada: 300 palestinos heridos. El 10 de mayo, festejado por los judíos como el Día de Jerusalén (conquistada en 1967), la policía efectuó un segundo ataque en la explanada, visto en todo el mundo. Poco después salió de Gaza el primer cohete. El desastre ulterior, lo conocen todos ustedes.

La gran novedad es la movilización de los árabes de Israel y la violenta reacción de los judíos. Es una bomba mucho más peligrosa que los miles de cohetes de Hamas porque lleva la guerra dentro de Israel. La alternativa siniestra de la “limpieza étnica” o del apartheid se levanta al horizonte. ¿Qué será de los olvidados palestinos, qué será de Israel?

Historiador consternado

Google News

TEMAS RELACIONADOS