El retraso de siete meses en el voto del Congreso estadounidense sobre la ayuda a Ucrania se paga muy caro en el escenario internacional y los ucranianos pagan una tremenda cuota en vidas humanas, destrucciones y pérdida de territorios. Rusia se reforzó, rehízo su ejército de manera mucho más funcional y no le importa la masacre de sus soldados en una guerra que se vuelve más larga y más costosa. Ahora Vladímir Putin amenaza la gran ciudad de Kharkiv y puede hablar de negociación, dándose el lujo elegante de aconsejar a Emmanuel Macron de volver a su papel de mediador: “Necesitamos a Francia…”
Esos siete meses regalados a Putin por el Don (Trump), propietario del partido republicano, dejaron a los ucranianos desarmados, sin el material para parar las ofensivas terrestres de Rusia, sin defensa aérea para proteger sus infraestructuras energéticas y logísticas. Y ahora es tan lenta la entrega de las armas indispensables que no recuperará el nivel de mayo de 2023, sino hasta finales del año en curso. El resultado es que Ucrania puede encontrarse obligada a negociar, en posición de debilidad, especialmente si Trump recupera la presidencia en noviembre. Para Putin, la negociación significa la capitulación de Kyiv.
Todo el mundo sabe, tanto en Europa como en Moscú, que la ayuda estadounidense es indispensable para parar la agresión rusa; no para derrotar a Rusia, porque eso no lo desean ni Washington, ni Bruselas. Ni desean que Ucrania recupere Crimea y piensan que Kyiv debería sacrificar el Donbas. Les gustaría congelar la línea del frente y parar la guerra, antes de que un eventual derrumbe ucraniana obligue a un enfrentamiento directo de la OTAN con el ejército ruso, lo que bien podría ser el inicio de la tercera guerra mundial. Resulta que sólo los EU pueden armar a Ucrania; Europa tiene el dinero, pero no la industria militar necesaria. Mientras que Rusia ha militarizado exitosamente su economía, la Unión Europea no ha hecho nada, casi nada. Puras palabras.
La “ventana de oportunidad”, “la ventana de tiro” que Trump dio a Putin, permitió a Moscú, con el apoyo de Pekín y Teherán, progresar en su jugada geopolítica: alentar al “Sur global”, al cual pertenece Andrés Manuel López Obrador, contra la “hegemonía, el imperialismo americano”. La interconexión de los conflictos en curso (Ucrania, Palestina, Taiwan, Libia, el Sahel) es muy obvia y cualquier signo de debilidad en uno de esos campos afecta a los demás. Los EU no pueden permitirse que Ucrania caiga bajo el domino de Moscú porque entonces, sí, se aplicaría la teoría de los dominós, tanto en Asia como en el Medio Oriente y en África. Pero, nuestro gran vecino está en plena campaña electoral y de la Europa dividida y desarmada no se puede esperar gran cosa. Si cae Ucrania antes de las elecciones presidenciales de noviembre, Trump cargaría con la culpa y perdería, o debería volver al discurso del otro Donald, el Reagan de America is back, de la “guerra de las estrellas”.
¿Por qué todo depende de los EU? Porque la perspectiva de una catástrofe en Ucrania no ha impresionado al canciller alemán y a los diputados del Bundestag: siguen negando la entrega de los misiles Taurus que permitirían una mejor defensa a ucraniana. En Francia, la derecha liderada por la señora Le Pen sigue siendo pro rusa y critica al presidente Macron que entiende que, si cae la gran ciudad de Kharkiv, el conflicto puede extenderse a Moldavia, Polonia, Estonia, Letonia, Lituania. Eso le valió la acusación del líder de la extrema derecha italiano: “está loco, hay que encerrarlo en un manicomio”. Es que habló no solamente de mandar tropas en tierra (troupes au sol), sino de la posibilidad de emplear la “disuasión” nuclear. Mientras no exista una “Europa de la defensa”, le tocará a EU asumir la responsabilidad del desastre o del relativo éxito.
Mientras tanto, los ucranianos siguen muriendo en el frente o en las ciudades bajo el diluvio de bombas, drones y misiles balísticos.