En un momento bastante ominoso, en un mundo destrozado por la violencia –desde que el mundo es mundo, me dirá el observador milenario– corremos el riesgo de ver el tiempo presente como una etapa de regresión. Nuestra violencia mexicana (y latinoamericana), la de nuestros vecinos al norte del Río Grande, las guerras olvidadas y siempre activas en África, el Medio Oriente, Afganistán, la guerra de Rusia contra Ucrania que despierta el fantasma nuclear, todas las matanzas aquellas, además del cambio climático acelerado por nosotros, nos pueden llevar a la conclusión que el famoso “Progreso” no fue más que una ilusión de la Ilustración, del Siglo de las Luces. Sin embargo…
La transición demográfica y la alfabetización a nivel mundial justifican un “sin embargo” algo optimista. Hace cuarenta años, Pierre Chaunu, el gran historiador para quién el número de los hombres era el primer dato a considerar, subrayó que el índice mundial de fecundidad era todavía de 3.7 niños por mujer. Él no era pesimista como los expertos del Club de Roma y nuestro querido Víctor Urquidi, presidente de El Colegio de México, espantados por la “bomba demográfica”; él decía que la fecha más importante del siglo, más que julio de 1969, con la llegada del hombre a la luna, era el descubrimiento de la píldora, y que iba a tener consecuencias fenomenales.
En 2001, el índice mundial de fecundidad había bajado a 2.8 niños por mujer y ahora estamos cerca del 2.1, cifra que significa la reproducción, sin crecimiento, de la población existente. Nada más difícil que jugar al profeta en cuestión demográfica, pero se puede pensar, seriamente, que la próxima generación (una generación, para los demógrafos= 25 años) verá el fin del crecimiento, incluso el inicio del descenso demográfico. Por ejemplo, México bajó de 4.8 en 1981 a 2.8 en 2001 y nos acercamos hoy al 2.1, con enclaves de pobreza donde las mujeres siguen teniendo muchos niños.
Ahora bien, esa evolución borra las fronteras ideológicas y culturales. Irán tiene hoy la misma tasa que Estados Unidos; China y Tailandia la misma que Inglaterra; Japón la misma, bajísima, igual que Rusia. Los dos primeros países aseguran la reproducción simple, todos los demás pasaron debajo de ese nivel. Vale la pena notar que el factor religioso no es determinante: en tierras de Islam, las exrepúblicas soviéticas del Cáucaso y de Asia central se parecen a Rusia y China; Irán y Turquía a EU, mientras que el Medio Oriente mantiene tasas altas. En esa última región, en el caso de Palestina e Israel se puede hablar de “fecundidad de combate”: tener muchos hijos, más hijos que el enemigo. En Israel, sí, la religión pesa; “laicos” y religiosos moderados: 2.4, religiosos ortodoxos: 5 y ultra-ortodoxos: 7.
El continente que no ha terminado su transición demográfica es África al sur del Sahara. Va a ser un gigante demográfico en 2050, pero Pierre Chaunu, analizando las proyecciones, nos explicaba que eso era una forma de justicia histórica, porque esa África iba a recuperar, proporcionalmente, la parte que ocupaba en la población mundial antes del siglo XVI. Su crecimiento asusta a la “vieja Europa”, que bien merece ese adjetivo porque hace tiempo que, con muy pocas excepciones, se encuentra muy debajo del 2.1. Por cierto, Rusia pertenece a esa vieja Europa que considera la inmigración como una amenaza existencial. Ciertamente, es un gran problema, pero a la vez una indispensable necesidad.
La UNESCO estima que, en un futuro cercano, para las nuevas generaciones, será realizada la alfabetización universal, culminación de un proceso que empezó con la invención de la escritura hace cinco mil años. No estoy seguro de que será el progreso fantástico, la solución a nuestros problemas, soñada por algunos, pero puede ser una etapa en la revolución mental desatada por el control de la natalidad. Un verdadero desarrollo educativo va más allá del aprendizaje del alfabeto. En México, lo sabemos demasiado bien.