Es lo que contestó el presidente del Tribunal Revolucionario en París, a Antoine Lavoisier cuando, condenado a muerte, pidió un breve plazo para terminar una experiencia. Lavoisier (1743-1794), además de ser el padre de la química moderna, era un brillante economista y filósofo.

La frase fue pronunciada en circunstancias demasiado trágicas que no tienen nada que ver con nuestra situación, con todo, pandemia y crisis económica. Sin embargo, la podría repetir más de uno de nuestros dirigentes. Dijeron muy pronto que ya no se iba a hacer ciencia neoliberal: “La ciencia neoliberal es la de una dependencia tecnológica, baja eficiencia en innovación, transferencias millonarias al sector privado”. Para el dr. Gustavo Medina Tanco, citado por Sara Sefchovich, el error consiste en hacer ciencia sólo “si me va a servir a mí y a mi país en lo inmediato… Un laboratorio que aparentemente está desligado de la realidad social, cuando el país se enfrenta con crisis, tiene una especie de reservorio de know how y de recursos humanos que se pueden reconvertir a atacar problemas serios y candentes para la propia sociedad”.

El Estado no debe decidir qué es ciencia y quién es científico. Otro aspecto del problema es que recorta y recorta la parte, de por sí mínima, de presupuesto dedicado a investigación y desarrollo. México —eso viene de los gobiernos anteriores— dedicaba en 2018, 0.4% del PIB a ese rubro, mientras que Suiza y Suecia le dan el 3.3% y Corea del Sur, 4.55%. La meta de alcanzar poco a poco el 1% fue definida hace… veinte años y quedó en veremos. Además, el gobierno actual se lanzó contra los fideicomisos de manera indiscriminada, llevándose ciencia, tecnología y cultura entre las patas. Tal recorte “es el tiro de gracia a la ciencia” declararon a fines de mayo los científicos del Cinvestav (Centro de Investigación y Estudios Avanzados), el centro más importante de México y el segundo o tercero en América Latina con sus 600 investigadores de alto nivel. A lo cual nuestro Presidente contestó que “los científicos pueden ser corruptos. Ah, porque son investigadores ¿están exentos de cometer actos de corrupción? Está demostradísimo”. Y lanzó la puntada de que “los científicos apoyaron al Porfiriato”. Sin comentario.

Para colmo, ciencia, tecnología y cultura han sido golpeados, además, por la reducción en un 75% de los gastos que corresponden a servicios generales. Todas son destructivas propuestas, si así llamarse puede lo que es una forma de arbitrariedad absolutista, digna de una equiparación con la consolidación de vales reales (1804-1808) y otras patadas de ahogado. Destruir posibilidades que deben operar bien, en vez de hacerlas operar debidamente, no es una solución al problema.

Los fideicomisos, recursos propios vigilados por las instancias públicas, empezando por la Secretaría de Hacienda, sirven en gran medida para subsidiar las fallas y retrasos del presupuesto público autorizado, evitando la interrupción de las investigaciones que corren a mediano y largo plazo. La austeridad asfixia a la ciencia y quien debería defenderla, la dirección de Conacyt, con su autoritarismo centralista, acaba con el Foro Consultivo Científico y Tecnológico creado hace 17 años. Juan Enrique Morett, del Instituto de Biotecnología de la UNAM, al presentar su renuncia a la Junta de Honor de Cátedras de Conacyt, declara que ella “está dejando un Conacyt autoritario que toma todas las decisiones y tiene injerencia en asuntos que hasta ahora eran abiertos y democráticos, sustentados en la legislación vigente”. No cabe duda, esta república no necesita de los científicos.

Historiador

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