Un amigo biólogo argentino que sabe de política, critica las universidades de los Estados Unidos que desaparecen sus departamentos de Letras Clásicas con el argumento de que griegos y romanos eran esclavistas. “¡Que lean a Aristóteles primero!”, exclamó con suma molestia. Aristóteles es “uno de los santones más respetables, un santón colosal entre los grandes pensadores griegos”, nos dice Ernesto De la Peña; en el terreno que nos interesa, como ciudadanos, su Política no ha perdido nada de su actualidad.

En esa obra, el sabelotodo hizo el inventario y análisis de todos los regímenes conocidos: monarquía, aristocracia, democracia y tiranía, tomando en cuenta la infinita variedad de las constituciones existentes. Define la monarquía por la virtud, la aristocracia por la riqueza y el régimen popular por la libertad. Los tres regímenes son correctos cuando respetan la ley y obran para el bien común. “Es en las leyes que debe descansar la autoridad soberana, en las leyes correctamente establecidas”. “En política, el bien no es otra cosa que lo justo, o sea, el interés general”. Tan pronto como los dirigentes dan la prioridad a sus intereses personales, dejan de obedecer las leyes y el régimen se degenera; los tres regímenes pueden llevar a la tiranía.

Muchos creen que la democracia es la posibilidad de hacer lo que uno quiere: “Es una actitud condenable, porque no hay que creer que vivir en conformidad con la constitución es una esclavitud para el hombre, cuando, en realidad, es su salvación”. “Correctamente establecida, la ley es la ley”. Llama poderosamente la atención, para el ciudadano mexicano que soy, lo que afirma el filósofo: “Si bien, hay que vigilar cuidadosamente que los ciudadanos no cometan infracción alguna a la ley, son sobre todo las infracciones ligeras que hay que cuidar; porque el desprecio a la ley se insinúa sin llamar la atención”.

Aristóteles observa en el pasado algo que podemos averiguar: “Cuando la clase dirigente, adoptando una sospechosa moralidad, se lanzó en los negocios a expensas del interés público, tal fue el origen de las oligarquías porque pusieron la riqueza encima de todo”. ¿Desde cuándo lamentamos la corrupción en los grupos dirigentes de nuestro país? El sabio enuncia una regla que nuestro Partido Revolucionario Institucional supo observar durante muchos años: La oligarquía puede durar cuando “los que se encuentran a la cabeza del Estado tratan con cuidado tanto a las clases excluidas de la vida política, como a la clase dirigente; por un lado evita oprimir a los que no participan en el poder, incluso abre el acceso a las funciones públicas a los que son aptos, por el otro no molesta a los ambiciosos en su deseo de honores, ni a la multitud en su amor de la ganancia”. La dictadura perfecta, la dictadura invisible.

Su lectura de la caída de la oligarquía se puede aplicar a la presidencia de Peña Nieto: a veces, un grupo, en el seno de la clase dirigente, el que conforma la “mafia del poder”, se avoraza demasiado, “se apodera del tesoro público, lo que provoca rebelión contra el gobierno, sea por parte de los mismos autores del saqueo, sea de los ciudadanos que luchan contra sus depredaciones”. Los primeros que dejaron PRI y PAN, se fueron a Morena, los ciudadanos votaron en masa contra los corruptos.

En otro capítulo, nos advierte de los riesgos: “Los privilegiados acostumbran a formar clanes en el seno del pueblo y entre sus amigos, engendrando así la anarquía, el reino de las facciones (“tribus”) y las luchas intestinas. ¿Cuál diferencia hay entre esta situación y el aniquilamiento del Estado? ¿No es esto la disolución de la comunidad política?”.

Aristóteles insiste sobre lo esencial: “En cualquier régimen, las leyes y las otras instituciones deben ser ordenadas de tal manera que las funciones públicas no puedan ser una fuente de riqueza”. ¿Le haremos caso al Estagirita?

Historiador en el CIDE

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