Así rezaba una famosa y antigua publicidad de Coca Cola, en México. Francia no tenía el equivalente, porque este refresco era caro y no muy popular, pero en la americanizada Alemania vecina la radio machacaba: Mach mal Pause, trink Coca Cola. “Haz una pausa, toma Coca”. Todos necesitamos una pausa, después de dos años pasados de pandemia y tres años de mañaneras. Hay que hacerle caso a nuestro Presidente y él mismo debe aplicarse su receta: la de una refrescante pausa.

Ya basta de “mafia del poder” y de “complotismo” que han vuelto indispensable la militarización del país, porque, sin la ayuda del Ejército, el apoyo del pueblo sería insuficiente (en palabras presidenciales). En otros países, en otras circunstancias, otros presidentes explicaban un mundo demasiado complejo, y su impotencia a resolver los problemas nacionales, con la identificación de un principio o de una entidad general: la masonería, Bill Gates, el sistema, la Iglesia, los judíos, el neoliberalismo tiene la culpa. Así se puede presentar al buen pueblo el responsable y el culpable de todos los males de los “36 últimos años”. El “resentimiento”, definido por Nietzsche y Max Scheler como “mezcla de impotencia y odio”, se satisface en un odio abstracto sostenido por una explicación totalizadora. El de la palabra lo ha entendido todo y tiene otros datos en su calidad de electo, electo dos veces, por el sufragio universal y por la divinidad. En su calidad de iniciado a los misterios de la historia y la política, sabe todo lo que complota el enemigo, revela todo lo que estaba escondido desde el inicio del mundo.

Eso explica la fascinación que ejerce, la potencia de atracción de una palabra que, desde el solo punto de vista del análisis racional, sería ilusión, mentira o delirio. Donald Trump nos ofrece un caso ejemplar, casi de laboratorio. Mentiroso compulsivo (20 mil mentiras públicas en cuatro años, según el Washington Post), sigue convenciendo a sus creyentes de que les robaron su reelección, al grado que los lanzó a asalto del Capitolio, el 6 de enero de 2021, para colgar a Mike-Pence, su vicepresidente acusado de traición. Y que volverá.

Las redes sociales, desde las grandes mutaciones tecnológicas de los últimos años, han desarrollado enormemente movimientos militantes hasta entonces marginales: los que buscan y creen en las razones secretas, la causalidad diabólica (“el Innombrable”), el complot. Antaño, eso se encontraba solamente en libros de historia que sacaban a la luz los delirios ultracatólicos contra la Revolución Francesa, la masonería y el antisemitismo rabioso de los negacionistas (en mi libro La Fábula del crimen ritual). Ahora, el imaginario del complot está omnipresente y tranquiliza tanto al autor como a sus partidarios.

Nuestro Presidente es un maestro en la materia. Indiferente a la realidad, a la economía real, a la demografía real, tanto de los muertos por Covid, como de los asesinados, sabe como chocar, hacer hablar de él, provocar el mayor número posible de retweets; casi le gana a Trump, en cuestión de éxito, le gana a Bolsonaro, Erdogan y Orbán. Impone cada día su choque verbal en forma de guerrilla de provocación, transgresión, escalada, para hacer desparecer los verdaderos problemas y extraviar la atención. ¡Admirable su técnica de dominio de las masas! Ciertamente la comparte con otros maestros del populismo nacional-conservador, pero la ha llevado a su apogeo. En 1984, el profesor Harry Frankfurt de la universidad de Yale dio una famosa conferencia intitulada On Bullshit: mierda de toro, estupidez, pend… El bullshiter se la pasa contando lo que sea, según su humor, el lugar, el momento; puede interpelar al Borbón o al Papa en turno, al rector de la UNAM (“Graue”, a secas), a Loret de Mola o al “ITAM de segunda” que es el CIDE, según él. Le vale, porque después de él, no ahora, vendrá el diluvio.

“La pausa que refresca…”

Historiador

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