Se llevaron a los tres hermanos, Luis Ángel de 32 años, José Alberto de 29 y Ana Karen de 24 años. El comando irrumpió en su casa, en el sector Libertad, centro de la ciudad de Guadalajara. Un viernes. Silencio. Nadie pide dinero. No es un secuestro. José Alberto estudia geografía en la Universidad de Guadalajara. Domingo: su rector, alertado, redacta con sus colegas un comunicado para publicarlo el lunes a primera hora. Cuando estaban terminando la redacción del texto, los cuerpos ya estaban tirados, sin vida, en el kilómetro 27 de la carretera a Colotlán, no muy lejos de Guadalajara, en el municipio de San Cristóbal de la Barranca. Era domingo 9 de mayo 2021.
Víctimas del lobo monstruoso que anda suelto, desde hace años apenas si se puede recordar cuando salió del abismo, para transformar nuestro México en infierno. Se dice que los hermanos fueron víctimas de una confusión. Por una vez, las autoridades no intentan culpar a las víctimas con argumentos del estilo: “¿Para qué se metieron entre las patas de los caballos?”, eran pequeños repartidores de droga, “dealers" Dicen que los asesinos dejaron mensaje que advertía al gobierno de Jalisco no enviar más agentes vestidos de civil a husmear, investigar. A buen entendedor, pocas palabras.
Cada día ocurren en el país decenas de asesinatos, mal llamados “ejecuciones”, de modo que nos hemos acostumbrado. Bien decía Stalin que cincuenta mineros muertos en una explosión de gas en la mina, es una tragedia; arriba de mil, es estadística. Hace tiempo nos encontramos en el reino de las estadísticas y que las numerosas y valiosas crónicas de valientes periodistas, estudiosos, escritores, han dejado de llamar la atención. De vez en cuando, hay un sobresalto en el horror cotidiano, un crimen que llama de nuevo atención e indignación. Hace unos años, el asesinato de varios estudiantes de la misma universidad, futuros cineastas, nos despertó, como ahora. Estudiantes, profesores, rectores, marcharon, la prensa y televisión cubrieron la noticia. Y… nada. Todo sigue igual, con o sin Guardia Nacional y demás cuerpos de seguridad, con o sin investigadores y jueces.
“Jalisco: fosa común”, decía una de las banderolas de los que marchaban para pedir justicia y seguridad. “No podemos acostumbrarnos a que nuestro estado se convierta en permanente escenario de una historia de injusticia y violencia donde la vida de nuestros seres queridos puede arrebatarse sin más". Palabras del rector. En esos mismos días, en el norte de los Altos de Jalisco, por Teocaltiche, durante tres días, los grupos criminales se enfrentaban, provocando la huida de 600 pacíficos. Sería fastidioso, pero se puede hacer, levantar la lista de los asesinatos y combates ocurridos al mismo momento en toda la República. ¿Serviría de algo? Más allá de confirmar la evidencia, lo que todos sabemos. Que cualquiera de nosotros puede ser estrangulado, apuñalado, acribillado, después de sufrir torturas. Sin temerla ni deberla. “Error”, “confusión”, como dijo el fiscal de Jalisco.
Alejandro Hope concluyó hace poco que mientras no se acabe la impunidad casi total que existe para los homicidios, “vamos a seguir pasando por las mismas, viviendo con estos horrores, con el miedo de que alguien nos mate o mate a alguno de los nuestros por error, por negocio y por deporte”.
Cuando leí la palabra “por deporte”, me acordé de un texto terrible de Montaigne a la hora de las guerras civiles en su Francia natal: “Vivo en una temporada en la cual nos sobran los ejemplos increíbles del vicio de matar, debido a la licencia que dan nuestras guerras civiles; no encuentro en las historias antiguas, nada más extremoso que lo que vemos cada día. A penas si podía convencerme, antes de haberlo visto con mis propios ojos, que existieran almas tan monstruosas que, por el solo placer del asesinato, lo cometieran: cortar y amputar los miembros de una persona, inventar tormentos inusitados y nuevas maneras de dar muerte, sin enemistad, sin provecho, sólo para gozar del espectáculo placentero del hombre que se muere. Tal es el extremo punto que puede alcanzar la crueldad”.
Historiador