En la lista de conmemoraciones se olvidó lo siguiente. El 31 de julio de 1921, el New York Times publicó un llamado de Maxim Gorki “A toda la gente honesta de Europa y América para ayudar rápidamente al pueblo ruso. Den pan medicina”. El gran escritor ruso, mundialmente famoso, rompía así el silencio del poder soviético que hablaba de “déficit agrícola” cuando millones de personas se estaban muriendo en el campo y más millones estaban amenazados de perecer de la misma manera. La pésima cosecha del año 21 tuvo consecuencias mortíferas porque las requisas autoritarias de los años precedentes habían dejado a los campesinos sin ninguna reserva. Esa conjunción provocó la mortal hambruna de 1921-1922 que cortó seis millones de vidas y causó un sinfín de tragedias; 23 millones de personas pasaron hambre, al grado de tener que comer cadáveres para sobrevivir. Entre mayo y agosto de 1921 no cayó ni una gota de agua en Ucrania, el Volga medio y las estepas al norte del Caucaso, el granero de Rusia que agrupaba a 40 millones de personas y producía el 60 % de los granos.
Cuando Gorki lanzaba su grito, el Patriarca ortodoxo Tijón pedía auxilio a todas las Iglesias cristianas. Laicos y sacerdotes habían formado un comité de lucha contra la hambruna que estaba consiguiendo ayuda internacional: el 27 de agosto, el gobierno soviético, molesto, lo disolvió antes de fusilar a sus principales dirigentes. Meses después, Lenin mandó una carta secreta al Politburó: “El momento presente ofrece una oportunidad excepcionalmente favorable, absolutamente única… Es ahora que hay hambruna, que la gente se devora mutuamente y que sobre las carreteras yacen miles de cadáveres, cuando podemos, debemos realizar la confiscación de los bienes de la Iglesia con la energía más feroz, más implacable, sin dudar en aplastar toda resistencia… con una crueldad tal que quede en la memoria durante decenas de años”. Así se hizo.
El Papa Pío XI y los Estados Unidos tuvieron un papel decisivo en la salvación de millones de vidas. Escuché hablar de la hambruna de 1921-1922, por primera vez, en México, en 1967, cuando entrevistaba a Don Ezequiel Mendoza Barragán, coronel cristero de Coalcomán, Michoacán: me contó que, en 1921, el cura de Coalcomán pidió a los fieles cumplir el deseo del Papa y ayudar a los rusos que se estaban muriendo de hambre. Años después, ya metido en la historia rusa y soviética, me enteré que un jesuita estadounidense, llamado a jugar un papel decisivo en los Arreglos que pusieron fin a la Cristiada, en junio de 1929, el P. E. Walsh, había coordinado la ayuda vaticana en Rusia. Así se ganó la confianza de Pío XI y la amistad del futuro presidente de los Estados Unidos, Herbert Hoover.
Hoover, desde 1917, había organizado exitosamente la ayuda en alimentos a los países europeos, durante la guerra y a la hora de la paz. En 1920 su organización ARA (American Relief Administration) proporcionaba alimentos a veinte países europeos, salvando a Alemania de la hambruna. En 1921 se encargó de la ayuda americana a Rusia, tanto oficial como privada. En verano de 1922, ARA alimentaba 10,500,000 adultos y niños, una extraordinaria hazaña dirigida por 199 americanos que coordinaban 120,000 voluntarios soviéticos. Fue la mayor operación de ayuda en la historia. Y una molestia tremenda para Lenin y los suyos que la vivieron como una humillación y un posible caballo de Troya.
La Iglesia ortodoxa pagó caro su participación en la salvación de millones de personas. Gorki, que había trabajado con ella en la única organización no gubernamental de la historia soviética, manifestó los sentimientos de gratitud del pueblo ruso en su mensaje del 30 de julio de 1922 a Hoover: “No conozco en la historia nada como esa única y gigantesca hazaña, digna de la mayor gloria, que quedará en la memoria de los millones de rusos que usted salvó de la muerte”.