Las conmemoraciones, cuando vienen cargadas de intenciones ideológicas, son desagradables, pero el calendario nos puede recordar acontecimientos positivos. Así la fundación de la Cruz Roja Internacional. Hace 160 años, el 24 de junio de 1859, al final de la batalla de Solferino, Italia, el suizo Henri Dunant y sus voluntarios, alivian en la medida de sus posibilidades, los sufrimientos de los soldados víctimas de la guerra. Tutti Fratelli, “todos hermanos” es su lema cuando atienden a heridos y moribundos de los dos ejércitos, el austriaco Francisco-José, por un lado, el franco-italiano de Napoleón III por el otro. La espantosa carnicería deja 40 mil muertos y heridos en el llano lombardo. Dunant, que ha cuidado personalmente a cientos de heridos, persigue obsesivamente el gran proyecto que le inspiró el campo de batalla.

Escribe: “Suscitar en cada país la creación de una sociedad de socorro a los heridos militares, susceptible, en caso de conflicto, de ayudar a los servicios sanitarios de los ejércitos”. No existía nada semejante y los heridos sufrían el abandono total, cuando no los remataban los buitres humanos que despojaban los cadáveres. Manda cartas, visita personalmente toda Europa, se entrevista con reyes, emperadores, el zar, consigue el apoyo de Charles Dickens, de los hermanos Goncourt y de otras celebridades. Mientras, con cuatro compatriotas suizos, crea en 1863 el Comité de los Cinco o “Comité Internacional y permanente de socorro a los heridos militares”.

No sé si su gloriosa iniciativa fue inspirada por la célebre enfermera británica Florence Nightingale (1820-1910), pero es de justicia recordar que esa formidable mujer fue la primera en crear, en 1854, durante la guerra de Crimea, un cuerpo de 38 voluntarias, puras mujeres, para atender a los soldados enfermos y heridos. Inspiró la creación de la Comisión Real para la Salud en el Ejército y, si bien como mujer no pudo ser miembro de aquella, redactó un informe de más de mil páginas que tuvo una influencia decisiva.

En 1863, poco después de su creación, el Comité de los Cinco logra reunir en Ginebra a los representantes de 16 estados; es el momento de la verdadera fundación de la Cruz Roja Internacional, con implantación prevista en cada país. Firman una convención que compromete a los estados a proteger a todos los heridos, nacionales, aliados y enemigos, a respetar los hospitales, las ambulancias, el personal sanitario. En 1929, la convención incluirá a los prisioneros de guerra y en 1949 a toda la población civil. ¿Cómo reconocer a los heridos y a los que los atienden? Un símbolo gráfico sencillo es necesario. Adoptan en seguida la cruz roja, la cruz de la misericordia, de la caridad y los colores invertidos de la bandera suiza, en reconocimiento a los fundadores. En 1876, el imperio otomano, que se encuentra en guerra con el imperio ruso, abraza la convención, pero, por evidentes motivos religiosos, escoge la Media Luna roja. En el siglo XX, los nuevos estados islámicos siguen su ejemplo. En 1923, Irán escoge el león y el sol rojo. El comité israelí había adoptado, por la misma razón que los estados musulmanes, otro símbolo en vez de la cruz: la Estrella de David; no pudo ser miembro del Comité Internacional de la Cruz Roja, por la oposición de los estados árabes a la Estrella, sino hasta 2006.

Desde la Conferencia Internacional de Viena, en 1965, todos los socios de la Cruz Roja (más de 130) deben respetar siete principios: humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, carácter benévolo (o sea, institución de socorro voluntario o desinteresado), unicidad (una sola Cruz Roja por país), universalidad: todas las instituciones nacionales tienen los mismos derechos y la obligación de ayudarse mutuamente. Ciertamente, los siete principios son muy exigentes y sabemos que, muchas veces, no han sido respetados. Nuestro país ha vivido experiencias negativas en varias ocasiones, tales como desvío de la ayuda colectada, enriquecimiento ilícito. Sin embargo, la Cruz Roja Internacional ofrece una red excepcional, sin equivalente, de acción humanitaria. En nuestros tiempos difíciles, hay que reafirmar, más que nunca, su independencia e imparcialidad.



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