Paul Valéry, en muchas ocasiones, repitió que Francia ha sido siempre dividida. Hace un año Edgar Morin, gran amigo de México, escribió a sus cien años cumplidos, un excelente diagnóstico intitulado “La crisis francesa debe situarse en la complejidad de una policrisis mundial” (Le Monde, 29 de julio de 2023). Según él “la Francia, históricamente dividida, conoce una degradación creciente de las virtudes de su civilización, en un contexto global en el cual las democracias se encuentran a la defensiva”. La violencia que estalló en mayo en la Nouvelle Calédonie, gran isla en el Pacífico, incluida en el imperio colonial francés en el siglo XIX, el resultado francés de las elecciones europeas del 9 de junio, ilustran la existencia de la “crisis francesa”.
Si bien la república de mi infancia, la cuarta república, era “una e indivisible”, al mismo tiempo era multicultural capaz de integrar a muchos pueblos. En mi salón de primaria, segundaria y prepa, la tercera parte de mis compañeros tenían nombres italianos, españoles, portugueses, armenios, polacos, judíos (de Ucrania, como el amigo Kleniek). Los límites de la virtud integracionista francesa aparecieron con la gran inmigración de trabajadores venidos del Magreb, los “árabes”, decía la gente. Esa inmigración, fomentada por las necesidades de la industria, fue mal aceptada, debido a las diferencias de color de la piel, costumbres, religión. La guerra de Argelia (1954-1962) que acabó con la cuarta y engendró la quinta república, no facilitó las cosas, de modo que el racismo, el aislamiento en suburbios, el sentimiento de humillación, hicieron que los jóvenes de la tercera o cuarta generación caen fácilmente en la delincuencia y la violencia. Hoy, la escuela en crisis, no logra realizar la integración, como lo hacía en mi infancia. Así se cierra el círculo vicioso que conforta a los, cada día más numerosos, que rechazan toda inmigración.
Ciertamente, desde la revolución francesa, Francia ha sido dividida en permanencia, con la sola excepción de la “Unión Sagrada” durante la primera guerra mundial. ¡Cuántas revoluciones, cambios constitucionales! Parece siempre al bordo de la guerra civil. Cayó en la guerra civil en 1871 a la hora de la Comuna y los “communards” condenados fueron a poblar la Nouvelle Calédonie… Poco faltó en los años 1930 y el inteligente teórico de la derecha monárquica, Charles Maurras, saludó en 1940 a la derrota de Francia frente a Hitler como una “divina sorpresa”, la revancha contra la satánica revolución francesa. Hoy sus herederos esperan tomar la presidencia de la república la próxima vez.
Crisis de la sociedad, de la familia, de la escuela, dice Morin, y afirma que “la crisis de lo sagrado afecta a la veneración de los padres, al sentido inmemorial de la hospitalidad, al respeto del otro, al sentido del Estado y de la nación”. No es algo especialmente francés, puesto que el diagnóstico vale para México y muchos países. Esa crisis “civilizacional” coincide con la crisis ecológica planetaria que “amenaza no solamente a la biosfera sino a nuestras personas y a nuestras civilizaciones.” Edgar Morin le da mucha importancia a la guerra que Rusia emprendió contra Ucrania porque ve que se puede agravar en un conflicto mundial. Por eso concluye que “múltiples disturbios se entrelazan en una policrisis planetaria. Nuestro país (Francia) se encuentra arrastrado en este torbellino que aumenta las oposiciones y conflictos entre las dos Francia.” No cantamos mal la ranchera si pensamos a la polarización que afecta a nuestro México.
Todo esto en el contexto del declino, de la retirada de la democracia en el mundo y, en forma lógicamente paralela, del crecimiento de “las sociedades de control y de sumisión”. China está a la vanguardia de la modernidad de control e imposición de la sumisión, con el control numérico de las caras, de las palabras, de los escritos y de los actos. La esperanza muere al final.
Historiador en el CIDE