Gozo internet y la posibilidad de acceder a millones de libros, artículos, archivos históricos. No me asustan los billones de tuits y no creo que internet sea la séptima revolución en la historia del conocimiento. La primera fue la de la biblioteca y de los manuscritos portables que circulaban en todo el mundo grecorromano; la segunda, la de los monasterios, islas de conocimiento durante los siglos oscuros; la tercera la realizaron las universidades de la Edad Media; la cuarta es inseparable de la “república universal de las letras”, siglos XVII y XVIII, que puso en comunicación constante a científicos y pensadores; la quinta aparece primero en Alemania con la especialización de las disciplinas y la sexta surge con el laboratorio, la experimentación sistemática según métodos comprobados.

No creo que internet tenga efectos tan radicales sobre el conocimiento, como los que tuvo la invención de la imprenta, en el parteaguas entre la tercera y la cuarta revolución. Facilita, acelera sus efectos, pero no produce un cambio esencial. Eso sí, su impacto sobre la política es revolucionario, con sus blogs, tuits, foros, sitios web, wikis y demás galerías fotográficas. Como máquina tecnológica afecta seriamente la democracia, por lo menos en el momento presente, al favorecer lo que llamamos “populismo”, algo que no tiene nada que ver con los populismos históricos, porque es un fenómeno nuevo, global y numérico.

El italiano Mauro Barberis que va a publicar Populismo: come internet uccide la democracia, apunta sagazmente que nadie habla de populismo a propósito de China; por una razón muy sencilla: el gobierno chino controla internet. Mientras que, a partir de 2016, con Donald Trump y el Brexit, dos fenómenos inseparables de internet, la palabra “populismo” está más y más empleada, a propósito de democracias occidentales consolidadas. A diferencia de China, en estos países internet no está controlado. Barberis piensa que internet puede sustituir a la democracia y que el populismo numérico será el modo de funcionamiento normal de las democracias occidentales (Esprit, octubre 2019 “El populismo, caricatura de la democracia”).

De ser el caso, y la victoria triunfal del Trump británico, Boris Johnson, en las elecciones legislativas del 12 de diciembre, va en esa dirección, nuestras democracias se volverán más y más iliberales, como en Rusia y Turquía. Nuestro México, que tardó bastante al pasar de ser una democracia de fachada a ser una verdadera democracia política, al final de una larga, muy larga “transición democrática”, bien podría regresar a su situación anterior, gracias a, o por culpa del internet.

Parafraseando a Winston Churchill, Raymond Aron dijo “entre todos los regímenes imperfectos, la democracia es, por mucho, el menos imperfecto, porque es el régimen que más limita la capacidad de acción de los gobernantes”. Por lo mismo, se entiende la tentación permanente que los gobernantes deseosos de hacer algo tienen que eliminar todo lo que limita su capacidad de acción. En su deseo meritorio de reducir la pobreza, de avanzar en el campo de la justicia social, nuestro presidente ha caído en esta tentación. Por eso ha eliminado varios contrapesos y quiere eliminar más; por eso está borrando poco a poco la separación de poderes que caracteriza la democracia liberal, una democracia que sus partidarios identifican, de manera errónea, con el “neoliberalismo” en economía. “Quién quiere ahogar a su perra, dice que tiene rabia”.

Es cuando internet pone a disposición de los enemigos de la democracia liberal (antes decían “burguesa”) sus instrumentos prodigiosos, para que denuncien enemigos reales o imaginarios; creen en el enemigo necesario para movilizar al “pueblo”. El resultado es polarización, profunda división, cultivo del odio. Así se olvida el principio fundamental, enunciado por la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 y la Constitución que engendró: “La soberanía pertenece a la nación: ninguna sección del pueblo, ningún individuo, puede atribuirse su ejercicio”. Aplicar esa regla es la única manera de prevenir el despotismo.


Historiador

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