En el noveno mes de la agresión moscovita contra Kyiv. Por desgracia, la patria del generoso Amartiya Sen, el economista Premio Nobel, el apóstol de la tolerancia y del diálogo, se desliza desde hace varios años en una peligrosa resbaladilla. El partido en el poder, el Bharatiya Janata Party (BJP) del primer ministro Narendra Modi, a dos años de las elecciones generales, multiplica las ofensivas contra los musulmanes que forman la principal minoría del subcontinente, una minoría de 190 millones de personas, 14 por ciento de la población. Al grado de que “los musulmanes están confrontados a un porvenir incierto, con el sentimiento perturbador de que tienen un blanco fijado en el hombro”, en palabras de Asim Ali, investigador del Center for Policy Research de New Delhi.
El BJP, con 180 millones de militantes, es el brazo político de una formidable organización nacionalista, creada en 1925 sobre el modelo fascista italiano; conocida por su acrónimo RSS (Rashtriya Swayamsevak Sangh). RSS se encuentra en todas partes con sus escuelas, sindicatos, medios de comunicación, en la India y en la diáspora. Predica una ideología, hindutva, que exige un Estado puramente hindú, con una lengua única (hindi), una sola religión, el hinduismo. Musulmanes y cristianos no son indios porque sus religiones, nacidas lejos de la India, amenazan la identidad nacional. Despreciado durante muchos años, hindutva se impuso como ideología dominante con la llegada al poder de Narendra Modi, en 2014. Modi fue formado por RSS a partir de sus 8 años y su reelección en 2019 aceleró la resbalada en el tobogán de la “hinduización” del gran país. Adoptó y aplicó una serie de leyes que discriminan a musulmanes y cristianos y lo peor está por venir.
Simbólicamente, RSS, su partido y el gobierno amenazan una serie de famosas mezquitas porque, dice el jefe de RSS, “el islam llegó aquí con el invasor. A la hora de la invasión, destruyeron nuestros templos para desmoralizar a los que luchaban por la libertad de nuestro país”. Concretamente, eso se traduce en una serie de acciones para lograr la destrucción de una serie de mezquitas, con el argumento de que fueron construidas sobre las ruinas de los templos en el siglo XVII. Así de la mezquita Gyanvapi en la ciudad santa de Benarés, levantada después de la destrucción del templo del “Señor del mundo”, Shiva. Narendra Modi dijo, en diciembre de 2021, que “el Señor Shiva me escogió para cumplir con esta misión”. En varios lugares del país, los hinduistas piden la ruina de la mezquita y la edificación de un templo, como eso ocurrió entre 1992 y 2021: en 1992, los fanáticos destruyeron la mezquita de Ayodhya, argumentando que era la obra del conquistador Babur, supuestamente sobre las ruinas de un templo dedicado a Rama. En 2019 la Suprema Corte permitió la construcción de un templo sobre el lugar de la mezquita, decisión celebrada por Modi. Hoy, hasta el mundialmente famoso Taj Mahal está revindicado por los hinduistas…
No hay que olvidar que la violenta destrucción de 1992 provocó la muerte de miles de personas en enfrentamientos comunitarios. El gobierno desprecia tranquilamente una de las leyes fundamentales de la India democrática, la de 1991 (¡Qué ironía! Un año antes del desastre) que prohíbe el cambio religioso de un lugar de culto y exige su mantenimiento en la situación de 1947, a la hora de la partición de las Indias, en India y Pakistán. El BJP puso la abrogación de la ley en su programa y el año pasado, la Suprema Corte ratificó su recurso para examinar su validez. La voluntad de borrar en el pasado la presencia histórica, arquitectural del islam, amenaza su existencia en la India de hoy. Lo grave es que esa ofensiva no responde a la sola voluntad de unos dirigentes, sino que encuentra una dimensión nacional, popular. Para Asim Asli, la violencia ha tomado la forma de acciones colectivas descentralizadas, obra de millones de gente modesta y también por jóvenes desocupados “que se liberan psicológicamente blandiendo espadas y bailando sobre cantos comunitarios”. (Le Monde, 3 de julio).
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