Clausewitz debería añadir un capítulo a su obra maestra De la Guerra, a la luz de los acontecimientos recientes, entre los cuales el más impresionante fue la victoria aplastante conseguida por el ejército de Azerbaiyán contra las fuerzas armenias: guerra ultra moderna contra defensiva clásica, por lo tanto, anticuada y rebasada. Enjambres de drones armados, o sea aeronaves teleguiadas, dieron la victoria a los “modernos” contra los antiguos.
Anteriormente fueron drones los que atacaron la empresa petrolera saudita Aramco en 2019; un dron mató al general iraní Soleimani en Irak el año pasado; Rusia proporciona drones a los separatistas del Donbass que los usan de manera puntual contra Ucrania; Israel emplea ese material y los grupos yihadistas también; los drones turcos salvaron, en primavera 2020, al gobierno legítimo libio sitiado en Trípoli por las fuerzas del mariscal Haftar y sus mercenarios rusos y africanos. Primero en Libia, luego de manera masiva en el Alto Karabaj, la guerra de los drones pasó del uso para misiones de observación o golpes precisos sobre un solo blanco, a una nueva etapa. Ese capítulo II de la guerra de los drones ha sorprendido y preocupa a los Estados Mayores de los principales ejércitos. En consecuencia, empieza una carrera contra reloj para enfrentar la nueva amenaza.
Los especialistas analizan de la siguiente manera la guerra relámpago del Alto Karabaj, en otoño 2020: el ejército azerí empleó masivamente los drones turcos e israelís al mismo tiempo que misiles suelo-suelo y tiros de artillería, lo que tuvo un efecto devastador para los armenios. “El fenómeno era inédito en el marco de un conflicto entre Estados que oponían ejércitos de tercer rango. Los azerís demostraron su dominio de esas técnicas, en operaciones en red (explotando las redes informáticas militares) que eran hasta ahora monopolio de los occidentales”. (Le Monde, 27-27 de junio, por Élise Vincent).
Un informe del Centro (francés) de Estudios Económicos y de Política Extranjera subraya, a la luz de las guerras de Libia y del Alto Karabaj, que “Turquía considera los sistemas militares sin piloto y la guerra robotizada como algo que es mucho más que una simple modernización (tecnológica), como una oportunidad para estar a la vanguardia del próximo cambio geopolítico”. La prensa turca ha saludado con legítimo entusiasmo el éxito de la industria militar turca, especialmente en cuanto a drones. En unos años Turquía se ha situado entre los principales productores mundiales y les hace la competencia a China, Israel y los Estados Unidos. En la historia de la guerra, cada vez que se descubre una nueva arma ofensiva, surge un nuevo escudo; Israel, en la vanguardia de los drones, acaba de experimentar exitosamente un laser aéreo para destruir drones y también obuses y misiles balísticos. No para el “progreso”. Por lo pronto, Turquía puede enorgullecerse de su famoso Bayraktar TB2 que persiguió y golpeó duramente a las fuerzas armenias en octubre y noviembre del año pasado. Lógicamente, su material se vende muy bien: Azerbaiyán, Qatar, Ucrania (algo que preocupa mucho a Moscú), Túnez, Polonia —miembro de la OTAN como Turquía— compran el TB2 y varios otros países han manifestado su interés. En su presente ofensiva de seducción hacia Europa y Estados Unidos, el presidente turco presenta sus intervenciones militares en Siria y Libia, su apoyo a Ucrania y Azerbaiyán y la venta de sus drones como medios para frenar a los rusos en Europa del Este, el Mediterráneo y el Cáucaso.
Así, Turquía ha engendrado un nuevo concepto estratégico y táctico que llevará las escuelas de guerra a redactar un capítulo suplementario en sus manuales, y los Estados Mayores a pedir a sus gobiernos los recursos para enfrentar la nueva guerra electrónica susceptible de ser empleada tanto por los Estados, como por actores no estatales: guerrilleros, terroristas, criminales…