Para variar un poco y distraer a los lectores, me dedico hoy a coleccionar unas “curiosidades”. Por el maldito Covid que nos trae locos, empezaré con la evocación de una plaga de otros tiempos. El sábado 30 de octubre de 1649, salieron de las ciudades de México y Puebla unos quinientos hombres “para socorro de la fuerza de la Habana, por haber avisado a esta ciudad cómo había habido una gran peste, en que habían muerto más de mil quinientas personas, y era de suerte que muchas calles estaban sin alma nacida”.
Luego, a principios del año siguiente, llegó correo a México, escrito por diciembre de 1649: “Avisan haberse celebrado las bodas de nuestro católico rey nuestro señor y estar ya en la corte y palacio la reina nuestra señora, haber cesado la peste de Sevilla y demás lugares; dicen murieron más de veinte mil personas; que a la gente que fue en la flota en que fue el señor obispo don Juan de Palafox y su personal, no se le había dado licencia pasar a la corte, temerosos de que la infectasen”.
“Llegaron nuevas a esta ciudad por principio de agosto (de 1851) de haber vuelto la peste a dar a los vecinos y pasajeros de Veracruz, y haber muerto mucho número de gente”. “Atrás se ha dicho la peste de fríos y calenturas que sobrevino a los naturales en algunas doctrinas de indios en esta ciudad (de México), y procesiones públicas que hicieron, saltó a muchos españoles que los padecen; y siendo sabedor de ello el virrey, dio licencia para que lidiasen toros enfrente al balcón de palacio, y estando lidiando entre 6 y 7 de noviembre, andaba por la calle una procesión de sangre que salió de Santa María la Redonda”. ¿A sana distancia? ¿Con cubrebocas? (Sacado del Diario de Gregorio Martín de Guijo, editorial Porrúa).
Dando un gran salto en el tiempo y en el espacio, escuchando al director ruso Andrei Konchalovsky, autor de El proyeccionista del Kremlin en 1991, también llamado El círculo de los íntimos. “A diferencia de Hitler que anunciaba su programa, Stalin dejaba hacer los otros y no hablaba nunca de su programa. Tenía muchas veces un comportamiento simpático. Preguntaba a sus visitas: “¿Por qué tiemblan sus manos? —Porque lo veo a Usted— Pues yo también lo veo a Usted ¿Por qué no tiemblan mis manos?” ¡Y todo el mundo se reía! Stalin es un mito. En la mentalidad totémica, arcaica, el poder es siempre mítico. Hasta ahora. Putin también es un mito, un tótem. La mentalidad rusa crea ese mito, lo necesita. Y eso es el gran problema, porque los políticos occidentales no entienden que en Rusia el poder nació de la mentalidad arcaica. Está la burocracia que todo el mundo detesta y acusa, mientras que el tótem es intocable”.
Me pregunto: ¿Nuestra mentalidad no tiene algo de arcaica, totémica? ¿No necesitamos del mito, del ídolo? ¡Perdón! Había decidido alejarme de nuestra actualidad, de no hablar ni del covid, ni de política… Mejor le devuelvo la palabra a Andrei Konchalovsky: “Para mí, esa película era muy, muy importante, algo como una evaluación del estalinismo. No del punto de vista de las maldades de Stalin, hubiera sido ridículo, sino de manera más ambivalente. Era muy simpático para el círculo de sus íntimos, a pesar de que todos temblaban. No es una película sobre el estalinismo, sino sobre el “ivanismo”, sobre Iván, el nombre de mi personaje, el proyeccionista, Iván es el nombre de pila más popular en Rusia. Sin esos millones de personas que lo querían, Stalin no hubiera podido crear el culto de la personalidad. Ahí está el totemismo de la mentalidad rusa (…) se puede decir que mi Iván es un inocente que no entiende, pero tal inocencia lleva al infierno. No ve nada de lo que ocurre a su alrededor. En su caso hay una sublimación casi sexual hacia Stalin. Hasta prefiere Stalin a su esposa. ¡Es un poco Kafka!” Sin comentario. (Andrei Konchalovsky, conversations avec Michel Ciment, Paris, 2019).