Me encuentro en las tinieblas en cuanto a lo que nos reserva el año 2021. ¿Quién se arriesgaría a predecir si, hace un año, nadie mencionó la pandemia que ya había nacido en China? Como Alexis de Tocqueville pienso: “Regreso de siglo en siglo hasta la más remota Antigüedad; no veo nada que se asemeje a lo que se presenta a mis ojos. Cómo el pasado ha dejado de alumbrar el porvenir, el espíritu camina en las tinieblas”.

La democracia en América no goza de muy buena salud, ni en los Estados Unidos, ni en América Latina. La crisis económica ligada a la pandemia y a la crisis sanitaria que ha provocado, agrava las tensiones políticas, engendra un clima de guerra civil virtual; el conjunto de las tres crisis, sanitaria, económica y política, afecta a mucha gente que se sume en un estado de angustia profunda.

Séneca, en su carta XIII a Lucilius, trata de “La fuerza de alma que conviene al sabio. No temer demasiado al porvenir”. “Lo que te recomiendo es no volverte infeliz antes de tiempo, porque esos males, cuya aparente inminencia te hace palidecer, a lo mejor nunca se presentarán y, por lo pronto no están. Nuestras angustias, a veces, van más lejos, a veces surgen demasiado temprano; seguido nacen de donde jamás deberían nacer. Son o bien excesivas, o bien quiméricas, o bien prematuras”. Cuando leo ese texto a una persona muy amada, me contesta que es muy fácil decirlo, pero que no le sirve de nada.

En “De la tranquilidad del alma”, el mismo Séneca escribe: “Quién le teme a la muerte, no hará jamás acto de ser vivo, mientras que el que sabe que, desde el momento de su concepción, su fin estuvo programado, aquel vivirá según los términos del programa, y su fuerza de alma hará que ningún acontecimiento le sea imprevisto… Amortiguará el choque de todos los males, la enfermedad, el cautiverio, la casa que se derrumba o incendia, nada de todo esto puede sorprenderme”. Y la persona muy querida se molesta conmigo (con Séneca) y dice que si bien sabe que es mortal, de nada le sirve, ni la sabiduría de los antiguos, ni la fe de ciertos religiosos según la cual la muerte es la entrada al paraíso.

Covid19-20-21 nos da, sin embargo, una clase de estoicismo: me pongo siempre la mascarilla —contra lo dicho y repetido por López Obrador y López-Gatell—, observo la sana distancia, me lavo las manos, sin que eso me garantice la inmunidad. Lo hago. Intento no angustiarme. Lo consigo bastante, pero me afecta la angustia de los demás. ¿Cuál de todas las vacunas anunciadas será la buena, la mejor? ¿Cuándo llegará y cuándo me tocará? Imposible contestar, seguimos en las tinieblas.

Un amigo empresario se ríe al escucharme divagar y cita a un colega francés, responsable de un sector muy importante en una compañía que fabrica piezas para Boeing, Airbus y demás: “Hace más de diez años que la economía se ha globalizado tanto que nuestras empresas dependen de una cantidad de factores imposibles de prever: tsunami en Japón, Brexit en Inglaterra, pandemias. En nuestra jerga, resumimos al mundo actual en el acrónimo VUCA: Volatility, Uncertainty, Complexity, Ambiguity. Uno de nuestros hijos trabaja en la Aeroespacial francesa y se ha especializado en prever todos los accidentes, todas las fallas, todas las sorpresas posibles a la hora de un lanzamiento de cohete, de puesta en órbita de satélites. Su experiencia es que es imposible preverlo todo; de manera que practica el estoicismo de Séneca.

Por lo tanto, no me arriesgo a decir lo que viene en 2021 y me río con lo dicho por una inglesa en #cancel2020: “Ya. Quiero que me devuelvan lo mío y cancelen todo. 2020 no debería aparecer en la historia. Bórrenlo y empezaremos de nuevo cuando el mundo sea normal y podamos abrazar a la gente”.

Historiador

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