Es lo que intentará ser Emmanuel Macron en los cinco años que vienen, “cinco años de mejoría”, no “cinco años de más”. Eso dijo en un breve discurso de quince minutos, prometiendo escuchar, entender y responder a la “rabia y desacuerdos” que llevaron a votar, en la primera vuelta para “los insumisos” (nominalmente de izquierda) y la extrema derecha, en la segunda vuelta para esa dura derecha populista que atrajo el voto de la tercera parte de los insumisos.
“Sé que muchos de nuestros compatriotas votaron por mí hoy, no por apoyar las ideas que llevo, sino para bloquear a la extrema derecha. Quiero decirles que soy consciente de que este voto me obliga para los próximos años… Esta nueva era no será una continuación del quinquenio que termina, sino la invención colectiva de un nuevo método para cinco años de mejor servicio al país y a nuestra juventud”. Macron promete un giro social y ecológico, con un “método refundado” (¿?). “Ciertamente, los años que vienen no serán tranquilos”, dijo, pensando en las elecciones legislativas del mes de junio, una “tercera vuelta” que bien podría dejarlo sin mayoría parlamentaria; pensando en la guerra de Rusia contra Ucrania: Putin acaba de definirla como una guerra contra Occidente, los Estados Unidos, “el imperio de las mentiras” y su eterno secretario de Relaciones, Lavrov, amenaza con una tercera guerra mundial, ahora nuclear.
Macron afirma que ha cambiado al final de un quinquenio “de transformaciones, de horas felices y difíciles, de crisis excepcionales también”: pandemia, desequilibrios económicos y sociales, revuelta de los “chalecos amarillos”, cambio climático acelerado y, finalmente, agresión rusa contra Ucrania. Entre las dos vueltas, consciente de la importancia del voto de los insumisos de J-L. Mélenchon (que sueña con ser el primer ministro de una eventual cohabitación), reorientó hacia la izquierda su programa de centroderecha. ¿Será suficiente para lograr una mayoría en el Parlamento? Mélenchon pretende ejercer su hegemonía sobre todas las izquierdas, Marine Le Pen sobre todas las derechas. En las legislativas de los últimos treinta años, en la segunda vuelta funcionó siempre un “frente republicano” que eliminaba a los candidatos de la extrema derecha. No está garantizado ahora. ¿Por qué?
Los franceses gustan de odiar a sus líderes, pero a Emmanuel Macron más que a ningún otro. Bueno, no es cierto, después de la independencia de Argelia (julio de 1962), De Gaulle fue tan detestado, abominado que sobrevivió milagrosamente a varios atentados. (En la noche del pasado domingo, Macron fue protegido por un nada ordinario dispositivo de seguridad). Hoy todos los franceses presumen de ser “gaullistes”, empezando por Régis Debray. ¿Por qué tal odio contra Macron? Nicolas Domenach y Maurice Szafran acaban de publicar todo un libro sobre el tema: Macron: pourquoi tant de haine? Años atrás, en 2018, a la hora de los “chalecos amarillos” que lo guillotinaban en efigie, el universitario estadounidense Robert Zaretsky contestaba: “Es su destino de ser odiado”.
El éxito despierta la envidia, el resentimiento. Al joven Macron le fue demasiado bien, era un OVNI político, un extraterrestre que sin pasar por una carrera política “normal” llegaba a la presidencia a los 39 años, sin tener un partido que lo apoyara. Como joven prodigio, era insoportable y empezaron en seguida las calumnias: “el hombre de Rothschild” (con una punta de antisemitismo), el “presidente de los ricos”, “no tiene los pies en la tierra de Francia”, “nos desprecia”, “es arrogante y para él somos invisibles”, “es un tecnócrata”. El odio tomó a su mujer como blanco, porque era inadmisible que ella le llevara 25 años. En otras circunstancias, la gente hubiera llorado de emoción frente a la consagración del amor entre el alumno de 15 años y su profesora (de teatro) de 39, que se vuelven a encontrar años después. Pero, no: él tiene que ser homosexual, casado para disimularse detrás de su mamá; mejor aún, inventaron que Brigitte Macron es un hombre y eso se repitió millones de veces en las redes sociales en los últimos meses.
Macron reconoce que, en varias ocasiones, sus pequeñas frases hirieron a la gente. Dice que aprendió la lección, pero que “para bien gobernar, no hay que buscar ser amado. Hay que renunciar a ese amor”. Ha de doler.