Para Nacho Marván.
¿Por qué ese viaje cuando el hombre de 85 años se desplaza con suma dificultad? Para pedir perdón, en nombre de la Iglesia católica, a las Primeras Naciones de Canadá. ¿Por qué? Por la participación que tuvo esa Iglesia, al lado de las Iglesias protestantes y del gobierno canadiense, en la tragedia de los “pensionados autóctonos”, entonces llamados indian residential schools (la palabra “indio” es hoy políticamente incorrecta). Se trata de una institución copiada sobre el modelo estadounidense de las “escuelas industriales”, que pretendía fabricar “hombres blancos”. Bien dijo, en 1883, el primer ministro John Macdonald: “es necesario sustraer los niños salvajes de la influencia de sus padres… se trata de matar al indio (y al mestizo) en el niño”. Generalizada a partir de 1885, esa terrible institución arrancaba a los niños de 3-6 años de sus familias para hacer de ellos unos “civilizados”: una separación de quince años en promedio para que esos niños dejasen de ser indios, mestizos, inuit. Hubo en total 139 escuelas. La última cerró sus puertas en 1996. 150 mil niños sufrieron la maldita experiencia de aculturación violenta: cambio de nombre, un número, pelo corto, uniforme, todo para borrar su identidad. Cuento el origen de la tragedia en el libro El profeta del Nuevo Mundo: Louis Riel. Por cierto, la revolución mexicana, durante unos años, adoptó el sistema al crear los Internados Culturales (Indígenas); felizmente duraron poco, pero la fuerte novela de Ramón Rubín, La bruma lo vuelve azul (FCE,1954) fue una valiente denuncia del hecho.
Hace años, los que vivieron ese tormento empezaron a denunciar y reclamar. Por eso cerraron las escuelas, las Iglesias protestantes hicieron su mea culpa hace 25 años y el Gobierno pidió perdón en 2008; se formó una Comisión de Verdad y Reconciliación que trabajó siete años antes de publicar en 2015 un informe demoledor que, entre otras recomendaciones, pedía a la Iglesia católica asumir su responsabilidad. Roma tardó seis años más, hasta que el 27 de mayo de 2021 una Primera Nación anunció el descubrimiento de los restos de 215 niños del antiguo pensionado de Kamloops, en la Columbia Británica. Un mes después, otra Nación encontró 715 tumbas anónimas en la escuela de Marieval, Saskatchewan, y el 29 de junio 182 en Kootenay, Columbia británica… Se estima que por lo menos 6 mil niños han muerto: en edificios demasiado rústicos y sobrepoblados, la tuberculosis y las enfermedades infecciosas mataron a más de la mitad; los malos tratamientos y la malnutrición se llevaron a los otros. Lo que no se puede cuantificar son los maltratos, la violencia física y psíquica, los abusos sexuales… Quince años sin ver a sus familias. Luego, a la salida, esos hombres, esas mujeres resultan unos extranjeros para su gente, sin ser aceptados por la sociedad global. Un desastre.
Las revelaciones de verano 2021 llevaron a Roma, por fin, a responder. El primer ministro Trudeau la interpeló directamente, el 25 de junio: “Hace tiempo (2016), pedí al Papa Francisco viajar a Canadá para presentar sus excusas en nombre de la Iglesia católica”. Al día siguiente, dos iglesias fueron incendiadas en regiones autóctonas del Oeste; otras dos lo habían sido el día 21. La Conferencia Episcopal católica, sin más espera, pidió perdón e invitó al Papa a venir. Simbólicamente, en julio, una mujer mestiza anglo-inuit fue nombrada Gobernadora general de Canadá, es decir, representante oficial de la reina Elizabeth y comandante en jefe de las fuerzas armadas. Dijo que su nombramiento era “un momento histórico e inspirador para Canadá” y que trabajará en la reconciliación entre las Primeras Naciones y los canadienses.
En ese contexto, el papa Francisco llegó para un “peregrinaje penitencial”, del 24 al 30 de julio, para pedir perdón, condenar el colonialismo y el genocidio cultural (sin emplear la palabra genocidio). En marzo, había recibido en Roma una numerosa delegación de las Primeras Naciones. Ahora pidió siete veces perdón: “dolor, indignación, vergüenza… un error devastador incompatible con el evangelio de Jesucristo”. Al salir de Canadá, precisó que sí, se trataba de un “genocidio”: “No pronuncié la palabra, porque no me vino a la mente, pero he descrito el genocidio, pedí perdón por este proceso que es genocidio… Sí, genocidio, es un término técnico. Es cierto, es genocidio”.