El papa Francisco está muy presente en la actualidad. Hace quince días pasó dos días en Marsella, la puerta del Oriente, la ciudad de 30 nacionalidades, símbolo del Mediterráneo, ese mar que une el Occidente católico a la África del Norte musulmana, desde Marruecos hasta Egipto, a los Balcanes ortodoxos y a la Asia de Turquía, Siria, Líbano e Israel.
El papa insistió: “Voy a Marsella, no voy a Francia”, significando que no se trata de una visita de Estado. No era desairar a Francia, si bien hacia diez años que los católicos franceses esperaban su visita. Era afirmar la universalidad –“católico” significa “del mundo entero”– y llamar a la generosidad a la hora de la crisis migratoria mundial. En México nos encontramos en primera línea, como Europa. Cuando Francisco dijo, en Marsella, que ese “Mare Nostrum, el Mediterráneo, cuna de la civilización, no debe ser Mare Mortuum, tumba de la dignidad”, nos habla a nosotros también. Llama a socorrer a los migrantes. Advierte que “las pasiones tristes que corroen las sociedades europeas” llevan al “náufrago de la civilización”. En este “crucero de pueblos”, llama a la compasión, a aprender y a practicar la compasión. Denuncia “el fanatismo de la indiferencia frente a la tragedia de los naufragados. No socorrerlos es “un crimen”.
Marsella está dominada por el templo de Nuestra Señora de la Guarda, venerada desde el siglo XIII por los marineros y por todos los marselleses. 60 mil personas asistieron a la misa en presencia del papa, en el gran estadio de la ciudad, del famoso Olímpico de Marsella. Musulmanes asistieron a la misa. Una mujer declaró: “Ese papa es “tranquilo” como decimos aquí. Lo esperábamos por la paz. Nos va a bendecir a Marsella, es una estrella, más que Rihanna y Beyoncé”. Otra mujer dijo que los musulmanes, como los cristianos, suben al santuario de Laila Miriam, la Buena María, la “Bonne Mère”, la buena Madre, para prender una vela. Y una tercera, mayor de edad, quiere a Baba François, como quiso a Juan Pablo II y que no es cierto que un buen musulmán no puede rezar en un templo o en una sinagoga.
Las palabras del Papa provocaron en seguida la reacción del partido de Le Pen: ese Papa es demasiado político, además de irrealista. Viene a dar lecciones de moral. La izquierda celebró al Papa humanista y aprovechó la oportunidad para criticar la presencia del presidente Macron en el estadio: si la República es laica, su presidente no debe asistir a un acto religioso. Allá ellos. Más preocupante son las críticas de católicos franceses que revelan un endurecimiento conservador.
Lo que nos lleva al “Papa reprobado”. El 4 de octubre se abrió un sínodo (dura hasta el 29 de octubre) que reúne unos 250 obispos y 96 laicos. Francisco lanzó hace dos años un amplio proceso de consulta y reflexión sobre la gobernanza de la Iglesia, el estatuto de los sacerdotes, el lugar de la mujer, la acogida a los divorciados casados de nuevo, a los LGBT, la sexualidad… Dentro de un año, un nuevo sínodo elaborará un texto final. Puede que esto acabe en parto de los montes, puede que no, pero la derecha cristiana se puso lanza en ristre desde la publicación de la orden del día en julio pasado.
El 14 de agosto, Le Figaro, el gran diario conservador francés, moderado y respetable hasta hace poco, tituló su primera plana a ocho columnas: “Sinodalidad: la línea del papa Francisco perturba a la Iglesia… La revolución de la gobernanza de la Iglesia católica que quiere el papa suscita escepticismo e inquietud”. Luego siguen dos planas enteras, las páginas 2 y 3, dedicadas a una crítica sistemática de todos los temas: peso de los laicos, ordenación de hombres casados, diaconado femenino, bendición de las parejas homosexuales… Por cierto, un tema mencionado hace dos años desapareció porque hizo demasiado ruido: la cuestión de la ordenación sacerdotal de las mujeres. De antemano, ponen en duda el valor de las conclusiones finales, porque el papa ha “reunido obispos y expertos laicos, escogidos en mayoría por su opinión a favor de la reforma”. “Estas orientaciones siembran un disturbio inédito entre los sacerdotes moderados y un buen número de obispos y laicos. Muchos se inquietan por ese asalto de Francisco, juzgado más que autoritario, para una reforma que estiman confusa”. A ver qué pasa.