Supe de su existencia hace muchos años, porque, en segundo de primaria, sí, sí, aunque no me lo crean, tuve una maestra extraordinaria, la señorita Élise Bonnet, que nos enseñaba de manera fascinante, además de escribir y calcular, la historia y la geografía del mundo. Puede que le deba mi vocación de historiador y no olvido su linterna mágica que nos enseñaba lo mismo la destrucción de Pompei que Cristobal Colón atrapado en el sargazo. Nos contó que tardó tres semanas para cruzar esa extensión inmensa de algas, en una zona sin viento ni olas; y el terror de la tripulación. Unos años después, al leer 20,000 leguas debajo del mar, de Julio Verne, encontré de nuevo al mar aquel. Ese “Mar de los Sargazos” se situaba en el Atlántico Norte tropical, cerca de las Bermudas (con su temido “triángulo”), y estaba rodeado por las corrientes del Gulf Stream y de las Canarias, de manera que ocupaba una superficie de 1,000 x 3,000 kilómetros.
Lo que no sabía, hasta toparme con el sargazo en playas de Holbox en 2012, es que esas algas eran o se han vuelto viajeras, de modo que no se quedan encerradas en el círculo anteriormente formado por las corrientes oceánicas. Si he de creer el suplemento científico de Le Monde (10 de julio), que cita Science del 5 de julio, empezaron a llegar a las costas caribeñas en 2011. O sea que estrené el fenómeno sin sospechar las dimensiones que iba a tomar. El histórico “Mar de los Sargazos” ya no existe y, en su lugar, se estira un cinturón de algas desde la costa africana hasta nuestro Caribe. Aunque no lo crea nuestro Presidente, su llegada masiva en nuestras regiones representa una amenaza sanitaria, ambiental, más seria todavía que sus negativas consecuencias económicas. Masiva la llegada: estimación baja de la biomasa del sargazo: 20 millones de toneladas en el verano de 2018, pero los satélites no pueden evaluar la cantidad existente debajo de la superficie.
Estas imágenes satelitales nos enseñan el fenómeno desde 2011, y permitieron a los autores del estudio publicado en Science, pensar que ese nuevo fenómeno del “gran cinturón atlántico del sargazo” ha llegado para quedarse. Ese “superorganismo de dimensiones inauditas medía, en junio de 2018, 8,850 kilómetros de largo”. Corresponde a un “daño colateral” provocado por la actividad humana: “El crecimiento de las algas está estimulado por los materiales que lleva el Amazonas hasta el océano, como resultado de los abonos agrícolas y de la deforestación”, eso en primavera y verano; y por el mismo fenómeno en las costas africanas, en invierno, Costa de Marfil jugando el mismo papel que Brasil. Bolsonaro puede jurar que no hay deforestación en las Amazonas, como Trump puede negar el cambio climático y nuestro presidente ignorar el sargazo. Nuestros compatriotas, que retiran toneladas de sargazo cada día, saben que es cuento de nunca acabar.
El calentamiento actual tiene algo que ver con el fenómeno y no facilitará la lucha contra las algas invasoras. En ambos casos, el hombre ha sido un agente dramáticamente eficiente. Nature acaba de publicar un estudio cuyo principal autor es Raphael Neukom; demuestra que el calentamiento actual es el más universal y tórrido en 2,000 años. En esta etapa hubo tres periodos cálidos y dos fríos, pero los cuatro primeros no rebasaron una dimensión regional, no se dieron al mismo tiempo en el mundo entero. El fenómeno actual no tiene antecedente, sea en grado, sea en extensión: afecta al 98% del planeta a la vez. El País publicó el 25 de julio un artículo de Miguel Ángel Criado que cita Mark Maslin, climatólogo inglés: “Este trabajo muestra la cruda diferencia entre los cambios regionales y localizados del clima en el pasado y el verdadero efecto global de las emisiones de gases de efecto invernadero”, o sea la responsabilidad humana. “Debería callar de una vez a los negacionistas”.
¡Ojalá y nuestro gobierno entienda que la lucha ecológica es una poderosa palanca de justicia social y desarrollo sustentable! Pero no hay peor sordo que él que no quiere escuchar.
Historiador