El 17 de noviembre de 1950, el Dalai Lama XIV tomó posesión en el Tíbet, año y medio antes de la fecha prevista, por los problemas políticos que habían surgido un mes antes con la entrada del ejército rojo chino al Techo del Mundo. El muchacho de 15 años, hijo de campesinos, fue proclamado Buda vivo, infalible dios-rey encarnado en un cuerpo humano. Desde octubre de 1950, la incorporación forzada del país a la República Popular China ha sido un tema polémico. Después del levantamiento que fracasó en 1959, el Dalai Lama, Tenzin Gyatso, ha vivido en exilio en la India, viajando por todo el mundo. En 2011 renunció a su poder temporal, a su calidad de jefe del gobierno tibetano en exilio, pero sigue siendo a sus 89 años el dirigente religioso. Hace tiempo anunció que se retirará a los 90 años, el 6 de julio del año próximo. No se sabe si habrá sucesor ni tampoco quién será; afirmó que dejará sus “instrucciones” y que “si una mayoría de tibetanos tienen el sentimiento que la institución del dalai lama ya no tiene sentido, aquella debe dejar de existir”.
La institución nació con Gendun Drub en 1391 y se mantuvo hasta el décimo cuarto dalai lama. Muchos piensan que “Su Santidad va a rencarnarse” y que habrá un décimo quinto Buda vivo. De ser el caso, por primera vez desde el siglo XIV, la sucesión se organizaría, ya no en Tíbet, sino en la India, pero Pekín ha repetido muchas veces que le toca nombrar al próximo jefe espiritual del budismo tibetano, porque, desde 1959 ha colonizado y sinizado rudamente al País de las Nieves. Es precisamente el factor chino que incita a Tenzin Gyatso a dejar en suspenso el futuro de una institución que alguna vez calificó de “creada por el hombre y que, por lo tanto, algún día dejará de existir”.
En palabras suyas, quiere evitar que “un dalai lama estúpido se reencarne en un país ocupado por China”. En una entrevista a la BBC británica, en 2014, declaró que, “si su próxima reencarnación no pudiese darse en un país libre, entonces sería mejor que una institución vieja de varios siglos deje de existir cuando vive todavía un dalai lama muy popular”. Se ha hecho pocas veces, pero él mismo podría designar su próxima reencarnación. Hasta la fecha se ignora todo de las “instrucciones” prometidas y el suspenso durará hasta julio de 2025.
Robbie Barnett, experto de la London School of Oriental and African Studies, opina lo siguiente: “Él multiplica los comentarios sobre las modalidades de su sucesión para mandar el mensaje siguiente: si la gente reza verdaderamente por su reencarnación, ella ocurrirá. (…) Intenta incitar a los chinos a reanudar las discusiones, a pesar de que Pekín se niega con obstinación a negociar. (…) Retrasa su decisión final en la esperanza de convencer a Pekín de volver a la mesa de negociaciones”.
Imposible saber lo que piensan los tibetanos bajo la férula china; en cuanto a los del exilio, el destino de la institución les preocupa mucho: Thupten Jinpa Langri, en Montreal, dice que “existe un no pensar en la sucesión, una impreparación que inquieta a muchos” porque la institución es “crucial” para el porvenir del país y la preservación de la cultura tibetana. Penpa Tsering, jefe del gobierno en exilio, piensa que la reencarnación es muy importante para “preservar la cultura única del Tíbet. Estamos bastante convencidos que Su Santidad se reencarnará. Como dijo hace tiempo que su vida se prolongará hasta los 113 años, quizá vivirá más tiempo que el Partido Comunista Chino” (con una sonrisa).
El problema es que el gobierno chino, teóricamente marxista, laico y ateo, se preocupa mucho por los asuntos religiosos y quiere controlarlos: cristianos, musulmanes, budistas, etc… lo sufren en carne propia. En el caso de Tíbet, la vigilancia y el control son, de ser posible, mayores porque la religión es inseparable del sentimiento nacional; el Dalai Lama actual es el símbolo de un pueblo y de una nación que no quieren desaparecer. Por eso, Pekín quiere tener su dalai lama, y lo tiene bien preparado.
Historiador en el CIDE