Artsakh para los armenios, NagorniKarabakh para los soviéticos, “el Jardín” y “el Jardín Negro”. Nadie habla de ese pequeño distrito serrano del Cáucaso, enclave armenio en Azerbaiyán porque así lo decidió Stalin en 1923 (Dividir para reinar), grande como el estado de Aguascalientes, poblado en 1991 por 150 mil armenios y 50 mil azeríes que fueron expulsados en la guerra de 1990-1994, ganada por Armenia. La revancha azerí, en dos etapas, otoño 2020 y septiembre 2023 ha sido total como la limpieza étnica. Después de tres mil años, el Jardín dejó de ser poblado por armenios. En la indiferencia internacional; incluso para alivio de muchos gobiernos porque nadie sabía cómo desatar ese nudo gordiano. La espada lo cortó, como en la leyenda de Alejandro Magno.
Esa tragedia, sin embargo, se inscribe en un siniestro Gran Juego mundial. Todo está interconectado. Hay tres guerras en interacción que estallaron en los últimos tres años: primero en el Cáucaso, cuando Azerbaiyán, con la ayuda turca, derrotó Armenia en 44 días; luego en Europa, cuando en febrero de 2022 Putin lanzó contra Ucrania su “Operación Militar Especial”; finalmente, el 7 de octubre de 2023 cuando Hamas atacó a Israel, el cual emprendió la destrucción de Gaza.
Tres guerras de proximidad; vean el mapa y jalen las líneas de Odessa a Gaza, de Kyiv a Erevan y de Erevan a Gaza; uno siempre cruza Turquía, Irán tiene frontera con Armenia. Turquía, Irán y Rusia están metidos en esas tres guerras, los EU y la Unión Europea en dos de las tres. Y China contempla, vigila, calcula.
Tres guerras existenciales para los cuatro pueblos que han sufrido un trauma colectivo y sienten amenazada su existencia: los armenios, periódicamente masacrados al final del imperio otomano, antes de sufrir el primer genocidio del siglo XX; los judíos víctimas del antijudaísmo, antisemitismo, antes de sufrir el espantoso genocidio nazi; los palestinos que vivieron en 1947-1949 una expulsión catastrófica, la Nakba; los ucranianos, víctimas de la criminal hambruna instrumentalizada por Stalin, Holodomor , “Muerte por hambre”.
Tres guerras que ocurren a la hora del apagón del sistema internacional, simbolizado por la impotencia de la ONU, a la hora del surgimiento del triángulo neoimperial: Rusia, Irán, Turquía, del Cáucaso al Mediterráneo y al Mar Negro. Irán proporciona a Rusia los drones que necesita contra Ucrania; Rusia e Irán apoyan desde siempre a Hamas y Hezbollah, coordinan sus políticas y se conectan con China y Corea del Norte. Turquía teje muy fino un bordado muy complicado.
¿Y Artsakh? A la hora de la derrota armenia, el 9 de noviembre de 2020, Putin garantizó un acuerdo internacional entre Azerbaiyán y Armenia por cinco años: cogestión ruso-turca del cese al fuego y del futuro del enclave que, mientras se negociaba, conservaba su autonomía; admisión total por Armenia de las reivindicaciones azeríes: en derecho internacional, el Jardín pertenece a Bakú; los armenios evacuan los territorios ocupados en 1994, los azeríes expulsados regresan y se abre un enlace con el enclave azerí (Nakhichevan) en Armenia, y otro, el corredor de Lachin, entre el Jardín y Armenia. Todo garantizado por el ejército ruso.
La agresión rusa contra Ucrania aceleró el desenlace de una disputa vieja de más de un siglo y borró del mapa el Jardín armenio, negro como el duelo. En diciembre de 2022, los azeríes empezaron a reducir el enclave por el hambre. Comprobaron la indiferencia mundial y la parálisis de los rusos y como ni el hambre derrotaba a los armenios, pasaron al asalto militar 18 y 19 de septiembre de 2023. No había resistencia posible, en 48 horas todo se acabó. La población huyó abandonando todo. Es el fin de una guerra de cien años, puesto que fue en 1923 cuando la URSS dio el Jardín a Azerbaiyán. Ahora el presidente Aliyev reclama un territorio absolutamente armenio para lograr una amplia continuidad territorial con Nakhichevan. ¿Quién puede impedir una nueva guerra que acabaría con Armenia? Nadie. Quizás Irán.