“El dragón, la bestia mató a nuestro Lancelot, nuestro héroe”, dijo Maxim Reznik, ruso exiliado, al enterarse de la muerte de Alexéi Navalny, asesinado por el Estado-KGB. Lancelot, el héroe del ciclo del rey Arturo y de los caballeros de la Mesa Redonda, el “primer caballero” en búsqueda del Santo Grial. El Grial del caballero Alexeí era, es, una Rusia libre y feliz. El viernes 16 de febrero, apunté: “asesinaron ayer a Alexéi Navalny”. “Asesinaron” significa “ellos asesinaron”. ¿Quiénes son ellos? El coronel del KGB Vladímir Putin, su primer círculo formado en 90 por ciento de veteranos del KGB, como él, y los de los servicios secretos, del FSB, último avatar del acrónimo KGB. “Ellos” son los que dirigen a Rusia hoy, un hoy que empieza en 1992 como bien me lo explicó, en 1995, un empresario francés instalado en Moscú. En aquel entonces, pensé que alucinaba.
Ellos lo asesinaron, intentaron asesinarlo por lo menos desde 2020, cuando los servicios secretos lo envenenaron con el mortífero Novichok; después de su inesperado fracaso (Putin ironizó: “de haber sido el FSB, aquel estaría muerto porque ellos no hacen su trabajo a medias”), recurrieron a la muerte a fuego lento en cárceles cada vez más terribles, más alejadas, la última arriba del círculo polar, en una antigua colonia penitenciaria del GULAG. Condenado bajo motivos inexistentes, primero a tres años y medio, luego a nueve, luego a 19, estuvo siempre en aislamiento y, a lo largo de esos tres años (2021-2024), pasó 308 días, o sea 30 por ciento de su tiempo, en el apando: una celda de concreto, de 2 x 3 m, sin ventilación, horno en verano, congelador en invierno. Dos días antes de su “muerte súbita”, fue condenado por la 27ª vez al apando. ¿Motivos? “No abotonó bien su uniforme”, “No puso las manos en la espalda al caminar” … “Ellos” se cansaron de esperar; como el hombre era demasiado resistente y retador, recurrieron al “síndrome de la muerte súbita” (palabras de un escueto comunicado oficial).
El día 15, en la víspera de su muerte, lo vimos en videoconferencia con un juez (un nuevo proceso estaba en curso porque 19 años parecían pocos), flaco, pero bastante bien: bromeaba con el juez: “Usted me va a dejar sin un quinto, está vaciando mi cuenta bancaria”. El día 11 lo habían sacado del apando; el día 14 lo devolvieron al apando sin dar las razones de ese nuevo castigo. Salió brevemente al otro día para el juicio. El 16, “ellos” pudieron dormir tranquilos. “Ellos” conocen una sola manera de tratar a los que se les oponen: la muerte. Mandaron matar a la molestísima Anna Politkovskaia, como al peligroso Boris Nemtsov, un tiempo vicepresidente, amigo de Navalny y, como él, opuesto a la guerra que había empezado en 2014 contra Ucrania. Por cierto, en aquel funesto 2015, cien mil personas acompañaron en Moscú al feretro de Boris Nemtsov. Navalny no pudo hacerlo, porque se encontraba en la cárcel: entre 2011 y 2020, antes del envenenamiento, fue más de veinte veces al bote.
¿Tendrán “ellos” tanto miedo al muerto que no van a permitir su entierro? Ya arrestaron más de 400 personas y condenaron a 150 a quince días de cárcel por haber depositado flores frente a monumentos de las víctimas de la represión soviética o en el Puente de Piedra, cerca del Kremlin, donde “ellos” mataron a Nemtsov. ¿Será la proximidad de las elecciones presidenciales de marzo que provocó “el síndrome de la muerte súbita? El sábado 17, en San Petersburgo, un sacerdote que pretendía celebrar la panikhida, liturgia de los difuntos, fue arrestado en la puerta de su casa: el lunes 19 “ellos” anunciaron que estaba en “reanimación después de un accidente cardio cerebral”. Sin comentario.
En el documental “Navalny”, filmado poco antes de su arresto final, le preguntan: “Si te matan ¿Cuál mensaje dejas al pueblo ruso?”. Lancelot contestó en inglés que, lo único que necesita el Mal para ganar es que los buenos no hagan nada: “Don’t be inactive”. “Dale, Señor, el descanso eterno y que brille para siempre sobre él la Luz”.