Hace unos meses Antonio Elorza dio ese título a su artículo para tratar sobre el desencanto sentido por ciertos europeos para con la democracia. ¡Pobre democracia! Le echan la culpa de todos los males. Dijo que “como sucediera justo hace un siglo, la inseguridad trajo consigo el recurso de sálvese quien pueda, a la insolidaridad, la xenofobia, al populismo y al caudillismo. Al resurgimiento del “fascismo eterno” de que habló Umberto Eco”.
Los resultados de las últimas elecciones en Francia, Alemania y Austria le dan tristemente la razón. En Francia, el partido Rassemblement National es el más votado a escala nacional; en Alemania las elecciones locales del domingo 1 de septiembre vieron AFD, Alternativa para Alemania, el partido de extrema derecha, ser el más votado en Turingia, con 33 por ciento, y lograr un 30 por ciento en Sajonia; con 6 millones de habitantes, los dos Estados juntan el 7 por ciento de la población de la República Federal. Luego, las elecciones generales austriacas, el domingo 29 de septiembre, le dieron la primera fila al partido ultranacionalista FPÖ, Partido de la Libertad de Austria, (¡Libertad!, por favor) con 30 por ciento de los sufragios: antes del Partido Popular Austriaco del canciller Nehammer, antes de los socialdemócratas que sacaron el tercer lugar con 21 por ciento… “Saboreen nuestro resultado. Juntos, hicimos historia hoy. Lo que logramos supera todos mis sueños” exclamó el líder de la ultraderecha, Herbert Kickl que gusta llamarse Vokskanzler, el “canciller del pueblo”. Entre sus entusiasmados partidarios, no faltaron los que cantaron un viejo canto nazi. Parece imposible que consiga una mayoría parlamentaria y le pasará lo que al Rassemblement National, pero…
Habrá elecciones federales en Alemania en 2025 y AFD tiene ahora el segundo lugar en las intenciones de voto, apenas rebasada por la Democracia Cristiana, muy por delante de los socialistas. Esos alemanes son antiinmigrantes, antieuropeístas y prorrusos. Dicen que la ayuda alemana a Ucrania debe suspenderse en seguida porque es “un agravio a los trabajadores alemanes” que le quita fondos a la educación y al sistema de seguridad social. Han logrado que la Secretaría de Hacienda haya reducido, poco antes de las elecciones, en 50 por ciento la ayuda a Ucrania para el año próximo.
Lo asombroso es que estas combinaciones de movilización populista y de rechazo al liberalismo –mejor dicho, a las libertades– se ha propagado en todas partes, y no solo en Europa, como un Covid político, a veces con un encuentro entre extremas derechas e izquierdas extremas. El historiador recuerda como las camisas pardas nazis y las camisas rojas comunistas se unían para dar palizas a las camisas azules de la Socialdemocracia alemana entre 1929 y 1933. Umberto Eco tiene razón al hablar de “fascismo eterno”; esas conductas, estos estilos políticos nos remiten a los tristes años de entre las dos guerras mundiales. ¡Ojalá y no coincidan con una tercera guerra mundial! Putin, Trump, el húngaro Orban comparten el odio a los inmigrantes, a las comunidades LGBT, a los musulmanes y a los judíos, a los intelectuales, a las verdaderas libertades.
Todos estos electores alemanes, austriacos, franceses, etcétera, comparten también el mito de la “identidad nacional” amenazada por estos enemigos; ellos son los “verdaderos” rusos, americanos, húngaros, etc., blancos y cristianos. Pero sus hermanos, los colonos judíos en Cisjordania no son cristianos; tampoco sus hermanos fundamentalistas que detienen el poder en la “más grande democracia del mundo”, la India. Crecen las tinieblas cuando los líderes de tales movimientos se la pasan diciendo a sus partidarios que están amenazados por un peligro mortal. Lo que astutamente predica Donald Trump en su presente campaña es el miedo y, por lo tanto, el odio a esos “otros” que destruyen “América”. Vladímir Putin, Víctor Orbán, Donald Trump, Modi, Benjamín Netanyahu… un mismo combate, contra nosotros que representamos las fuerzas del Mal.
Historiador en el CIDE