Hace muchos años, un día 18 de marzo de 1971, unos amigos fueron a pintar de negro todas las placas de la avenida Thiers, en la Ciudad de México, para celebrar el centenario de la Comuna de París, movimiento insurgente que empezó el 18 de marzo de 1871 y duró setenta y dos días. Thiers era jefe del Gobierno Provisional de la República surgida entre los escombros del II Imperio, derrotado por Alemania. Thiers tomó la decisión de aplastar el levantamiento; por eso mis amigos querían que se cambiara el nombre de la avenida mexicana.

Paul Valéry tiene razón cuando dice que la memoria histórica no deja en paz las naciones y reabre viejas heridas. La moda de las conmemoraciones, si no temperan la razón, la moderación, el diálogo, nos expone a una guerra perpetua, guerra de las memorias rivales, guerra civil, guerra internacional. Francia y Alemania, finalmente, alcanzaron la reconciliación, pero fueron necesarias dos guerras mundiales después de la derrota francesa de 1871. Parece que los franceses todavía batallan, como en 1871, no contra los alemanes, sino entre franceses, communards contra versaillais, los de la Comuna contra los del gobierno instalado en Versalles. Ciento cincuenta años después, sigue el combate entre la leyenda roja de la gloriosa Comuna, y la leyenda negra de los insurgentes criminales.

La Comuna nació como una reacción de orgullo nacional herido. París, sitiado por los alemanes, no se había rendido. Una vez firmado el armisticio, hubo que sufrir el desfile triunfal del enemigo en los Campos Elíseos. La Guardia Nacional parisina había conservado sus armas y concentrado unos doscientos cañones para no dejarlos al prusiano. El gobierno decidió tomarlos. Fue la chispa en el polvorín. El 18 de marzo, un regimiento subió a Montmartre por los cañones. La multitud lo impidió y los soldados dejaron de obedecer. La insurrección se propagó en toda la ciudad como reguero de pólvora. Thiers, contra la opinión de su gobierno, decidió salir de París, instalarse en Versalles, dejar campo libre a los insurgentes para, después, aplastarlos mejor. El resto de Francia no se movió.

Varios grupos revolucionarios aprovecharon la situación para alejar a todos los moderados; se eligió un consejo que tomó por nombre “Comuna de París”. No tenía ni doctrina política precisa, ni programa social elaborado; unos pensaban en reformas, otros en la revolución. No tuvo tiempo para pensar: la guerra civil empezó en seguida y duró dos meses. Bajo la mirada burlona del ejército alemán, unos ochenta mil soldados franceses (liberados por Alemania) sitiaron a la ciudad, hasta entrar y enfrentar los treinta mil combatientes de la Comuna, durante la “semana sangrienta” del 21 al 28 de mayo. Calle por calle, casa por casa, en medio de los incendios, de las ejecuciones sumarias, del fusilamiento de los rehenes y de los vencidos. Me enseñaron en la escuela que hubo veinte mil muertos communards; ahora el historiador inglés Robert Tombs afirma que fueron menos de mil. Eso sí, diez mil fueron deportados a la lejana Nueva Caledonia o Argelia, y la represión duró hasta 1875.

Los políticos se quedan con los viejos esquemas, con sus reflejos acondicionados. El ayuntamiento de París ha sido, durante las últimas semanas, el teatro de violentos enfrentamientos. La mayoría es de izquierda y organiza una larga serie de eventos para conmemorar. La minoría centrista y de derecha acepta conmemorar, pero no celebrar; no quiere “glorificar una insurrección responsable de los más violentos hechos, de los incendios que devastaron París”. Mucho menos aceptar “las contra-verdades históricas” de la alcaldesa Anne Hidalgo “con sus ambiciones presidenciales”. Hay varias memorias en conflicto y todos manipulan la historia, en Francia como en México.

Historiador.

Google News

TEMAS RELACIONADOS