Hace cinco años, Viktor Erofeiev, gran escritor ruso, publicó un ensayo intitulado “Putin: un héroe de cuento ruso”. En diciembre del año pasado, cuando la tormenta se cernía sobre Ucrania, afirmó a una periodista francesa que “Rusia se ha vuelto un gigantesco granujo… La única ley que reina es el culto de la fuerza”. La historiadora Galia Ackerman, nacida en la URSS, disidente, exiliada, explicó en su libro El Regimiento inmortal. La guerra sagrada de Putin, cómo Vladimir Vladimirovich santificó la guerra: ya está en su cuarta guerra, después de las de Chechenia, Georgia y Siria. Y no descarta el empleo de armas nucleares, con la bendición del patriarca Kirill: el zar mitrado y el patriarca coronado… el abrazo entre los dos soberanos nos puede sorprender, pero es que nuestra ignorancia es grande.
El 9 de mayo de 2019, millones de rusos participaron en las marchas del “regimiento inmortal” organizadas para conmemorar la victoria del Ejército Rojo sobre el nazismo, al final de la “Gran Guerra Patriótica” (1941-1945) que no es nuestra segunda guerra mundial (1939-1945), porque de 1939 a junio de 1941 Hitler y Stalin eran tan aliados que se repartieron Polonia y el espacio báltico. Esas marchas (mínimas en 2020 y 2021 por la pandemia) celebran “los Héroes de la Victoria, nuestros abuelos y bisabuelos”. La invención genial del “regimiento inmortal”, hace unos diez años, creó una mística popular que levantaba al rango de inmortales a todos los que habían vivido la guerra. Galina Ackerman analiza esa mística ultranacionalista, la del zar y del patriarca, y la de su pueblo, síntesis de la larga tradición mesiánica rusa –la Santa Rusia, la Tercera Roma–, y de los imperialismos monárquico y soviético. “El corazón del dispositivo es el relato de la victoria heroica sobre el nazismo, del sacrificio de una nación que salvó al mundo al precio de su sangre”. El tema del nazismo, como símbolo del Mal, es permanente, por eso Putin repite que los ucranianos son nazis y su ministro acaba de decir que “Hitler tiene sangre judía como Zelensky”, el presidente de Ucrania, el cual es efectivamente judío, como su primer ministro, como su secretario de la defensa.
En una visión algo apocalíptica (no se descarta el apocalipsis nuclear), comulgan zar y patriarca; el pueblo ruso es la encarnación del Bien y salvará a la humanidad seducida por el Occidente satánico, decadente y perverso. Con Vladimir Putin (y la figura tutelar del rehabilitado mariscal Stalin, el héroe de la Victoria), Rusia ha vuelto a su vocación eterna. El enemigo es el Occidente, los Estados Unidos y Europa, la Ucrania “nazi”. Un coro de niños canta Tío Vova (es el diminutivo de Vladimir, el nombre de Putin), al cargar con las fotos y condecoraciones de sus antepasados:
Desde los mares nórdicos hasta las fronteras meridionales/ Desde las islas Kuriles hasta las playas bálticas/ Todo es nuestro/ Nos gustaría que esas tierras gozaran la paz/ Pero si el comandante en jefe/ Nos llama al último combate, tío Vova, contigo estamos.
¿Por qué sorprenderse si los rusos, que no pueden escuchar otro discurso, aprueban masivamente la “operación especial” (fórmula empleada por el KGB) ganada por el tío Vova contra los “nazis” de Ucrania? Cuando termine esa guerra que no puede llamarse guerra, en Rusia, porque eso te cuesta de tres a quince años de cárcel, esa guerra que parece ir para largo, entonces ¿Cuánto tiempo le tomará a Rusia volverse un país “normal”? En la cultura de cada pueblo, el nacionalismo puede subir a los extremos y engendrar el odio contra “el enemigo”, su lengua, sus costumbres, sus prácticas, sus convicciones religiosas. Desde 2004, el gobierno ruso no ha dejado un solo instante de enseñar a su pueblo que Ucrania es una provincia de Rusia, como Bielorrusia, y Moldavia y parte de los países bálticos, una provincia que los nazis ucranianos, lacayos del Occidente, han robado a la Santa Rusia. ¿Cuánto tiempo tardará en borrarse esa imagen y cuánto tiempo será necesario para que sus víctimas, los ucranianos bombardeados y masacrados, perdonen a los rusos?