Las estaciones y el calendario sacramental nos guían a lo largo del año, entre penas y alegrías. Ahora viene la fiesta de Todos los Santos y el Día de Muertos y les quiero compartir lo que encontré en la lectura del último libro, póstumo, del gran sabelotodo francés, francés y cosmopolita, Michel Serres, un hombre que quiso a México. Lo conocí hace muchos años, cuando lo invitó Louis Panabière, brillante y muy querido director del IFAL, Nazas 43, CDMX.
Michel Serres evocaba el zócalo de nuestra ciudad capital, catedral, un mercado popular (ya no lo encontraría) y el palacio presidencial: “una de las más hermosas plazas del mundo, frenética y viva bajo la huella de tres muertes: los sacrificios humanos de los mexicas en lo alto de sus edificios, el olvido político y el naufragio general de los edificios en los temblores de tierra y de guerra”.
En el libro que menciono, Relire le relié (París, 2021), tiene un hermoso capítulo intitulado “Ligar los hombres, violencia y amor” en el cual trata de la muerte para, en seguida, hablar de resurrección. Dice: “Confesar la resurrección arrastra, en efecto, el cristianismo hacia lo absurdo. ¿Cómo es posible que, de San Pablo a nuestros días, miles de millones de humanos absorben sin chistar lo que es contradicción para la razón y la experiencia? Puesto que nadie jamás ha regresado, ni regresa, ni regresará de entre los muertos. Y, sin embargo, si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana, dice el apóstol”.
Espero que haya pronto una traducción al español; vale la pena. Serres dice que el dogma de la resurrección es “lealmente falso” porque no disimula para nada su absurdez, como la mayoría de los dogmas cristianos, la virginidad de María, la presencia real del cuerpo en el pan… Más adelante, después de reflexionar sobre el sepulcro vacío, afirma que “todos, virtualmente, somos Cristo, participamos de la Encarnación porque Cristo no deja de resucitar en cada uno de nosotros. Pero la grande, la inmensa dificultad, el obstáculo casi insuperable, el que, posiblemente, hace la aparente contradicción, consiste en no poder reconocerlo en la hermana, el extranjero, la miserable en la banqueta, el enfermo en su cama, la loca que gesticula, el anciano impotente, esa joven dotada de un cuerpo sublime, el atleta, el déspota sanguinario…, peor aún, en mí mismo. Aquí está y nadie lo ve” (págs.182-185).
Día de Todos los Santos, celebrado el 1 de noviembre por la Iglesia católica desde el siglo octavo, siguiendo el ejemplo de las Iglesias orientales; día 2 de noviembre, fiesta de los muertos, celebrada desde el siglo X por los monjes de Cluny. Esas fechas corresponden al paso otoñal de la luz estival a la noche que crece hasta Navidad. La lógica evangélica recibe y voltea esa visión oscura, celebrando el triunfo de la luz, de la resurrección, a pesar de las apariencias de la temporada y de la muerte terrenal.
Inútil negar la realidad de esa muerte. No recuerdo donde leí esa frase, ¿serán versos?, de Claudio Bertoni: Dios exagera/ Nos muestra/ el sol y la tierra/ Después/ nos mata.
De cierta manera le hace eco a Blas Pascal: “Estamos embarcados. Así como no sé de dónde vengo, no sé a dónde voy”. Pero él mismo, después de su “noche de fuego”, escribe el breve “Memorial” de esa noche del 23 de noviembre de 1654, conservado contra su corazón y que contiene esas palabras: “Alegría, alegría, alegría, llantos de alegría”.
La alegría del Día de Todos los Santos puede alumbrar también el Día de los Muertos, para que el duelo no triunfe sobre nosotros. Pobres de nosotros. ¿Llamados todos a la santidad, a ser santos, si he de creer a Michel Serres? Cuando cada día nos enteramos de la fuerza del Mal en medio de nosotros y entre las naciones… Lean Duelo y Melancolía de Sigmund Freud, y, después, Preparación para la muerte de Erasmo de Rotterdam.
Y la guerra en Ucrania cumple ocho meses y seis días y muchos muertos.