Es el título de un libro publicado en 1941 sobre tres familias de granjeros estadounidenses que no eran famosos y, sí, muy pobres, a la hora de la Gran Depresión; libro hermoso de James Agee con fotos de Walker Evans. Quiero celebrar a un hombre que debe ser famoso entre los epidemiólogos, cuya existencia era desconocida hasta su presentación por Wudan Yan en el New York Times del 25 de mayo. En tiempos virales de un Covid que no deja de mutar, el Dr. Wu Lien-Teh (1879-1960) merece nuestro reconocimiento.
Pertenece a la generación de mis abuelos, que vivió las dos guerras mundiales y la gripe española; pero, como pionero de la mascarilla del tapaboca, para luchar eficazmente contra las pandemias transmitidas por los aerosoles, manifestó su genio unos diez años antes de la terrible influenza mal llamada “española”.
Nació en el seno de la diáspora china en Malasia y, brillante alumno, ganó a los diecisiete años una beca para estudiar en Inglaterra; se formó como médico entre Cambridge, la Escuela de medicina tropical de Liverpool y el Instituto Pasteur de París. En 1908, a sus 29 años, fue contratado por el gobierno chino en calidad de vicedirector del Colegio Militar Imperial en Tien-Tsin. Poco después, en diciembre de 1910, la provincia septentrional de Manchuria fue golpeada por una terrible epidemia que mataba miles de personas. La gente tosía sangre y su piel se volvía color púrpura antes de morir. Las autoridades, desbordadas, no sabían qué hacer contra una plaga no identificada. Llamaron al Dr. Wu Lien-Teh quién, después de practicar autopsias en la gran ciudad de Kharbin, diagnosticó Yersinia pestis, peste neumónica, causada por una bacteria semejante a la responsable de la Gran Peste bubónica que se llevó la tercera parte de la población europea en el siglo XIV.
Al descubrir la naturaleza respiratoria de la epidemia, el joven doctor de 31 años ordenó el uso generalizado de las mascarillas, empezando por el personal sanitario, y consiguió inmediatamente que el gobierno chino impusiera su uso obligatorio, a la vez que el “cordón sanitario”, a saber, el aislamiento total de los enfermos. En cuatro meses la epidemia que se había llevado 60 mil vidas fue controlada, salvando al resto del imperio chino y, posiblemente, al mundo.
Quizá, el Dr. Wu Lien-Teh no haya sido el inventor de la mascarilla, pero fue su introductor en China y el hombre que convenció en seguida a las autoridades que mascarilla+cordón sanitario era la solución. Uno se queda admirado comparando la conducta de la población de un Estado, el imperio chino, supuestamente en decadencia, aparentemente a punto de desaparecer, y la conducta de muchos gobernantes y, en consecuencia, de sus sujetos, a la hora nuestra del Covid. Los chinos en 1911 adoptaron de manera disciplinada el uso general de la mascarilla y el aislamiento de los enfermos mientras que, en países desarrollados como Estados Unidos o Francia, en 2021, un sector demasiado numeroso de la población se opone tanto al confinamiento como a la vacuna y la máscara. Existen presidentes, en América Latina, para presumir públicamente que ellos no usan ni usarán nunca el tapaboca porque no tiene utilidad alguna. El resultado se ve y se verá en las estadísticas. Aquellos gobernantes y sus médicos no pasarán a la historia como el Dr. Wu.
Poco después del brote de peste respiratoria en Manchuria, el gran doctor convocó una Conferencia Internacional de la Plaga que ponderó la validez del uso de la mascarilla contra los aerosoles que vehiculan los virus. Los científicos europeos y americanos quedaron convencidos. La diferencia entre China, Japón y nuestro mundo occidental fue que, después de la gripe española, nos olvidamos del tapaboca… hasta 2020, mientras que en estos países asiáticos su uso ha sido permanente. Cuando termine la presente pandemia, seguiré usando la mascarilla a lo largo de la temporada estacional de gripe. Y pensaré con agradecimiento al Dr. Wu Lien-Teh, nominado en 1935 para el Nobel de Medicina.
Historiador