Casandra se llamaba Yuri Afanásiev (1934-2015). Historiador, hombre político soviético y ruso, fue uno de los arquitectos de la Perestroika y dirigente del partido Rusia Democrática. Desilusionado, dejó la política en 1993 para dedicarse a la fundación y dirección de la Universidad Estatal de Ciencias Humanas de Rusia, en continuación de su combate por Rusia. En sus oficinas en la Rectoría pude entrevistarlo en el verano de 1995. Cinco años después, nos hizo el gran honor de formar parte del Consejo Editorial de la revista de historia internacional del CIDE: Istor. En mayo de 2015, poco antes de su muerte, acusó al presidente Putin de favorecer el renacimiento del estalinismo, bajo la forma de un “nazismo ruso putiniano-ortodoxo-chekista”.
En 1995, lo escuché con cierta incredulidad anunciar todo lo que sucedió, empezando por la primera guerra de Chechenia, un año después. Tardé unos años, hasta la segunda guerra de Chechenia, para entender que su pesimismo estaba fundado. Evocaba el corto plazo inmediato, así como el largo plazo; como historiador y patriota que amaba a su país, me decía que la tarea de construir una Rusia democrática era mil veces más difícil que la de construir, después de 1945, una Alemania y un Japón democrático. “¿Puede usted imaginar la dimensión del problema que significa la desaparición del multisecular imperio ruso, siglos prolongados por setenta años de imperio soviético? Los rusos fuimos imperialistas, colonialistas, todo lo que usted puede decir, y con razón, pero fuimos las primeras víctimas del imperio, como lo dije en mi libro que sus compatriotas franceses publicaron como “Mi Rusia fatal. Revelaciones de un historiador comprometido”.
Para él, no aceptar la independencia de Chechenia, maltratar activamente a Georgia y Moldavia, multiplicar los roces con Ucrania, intervenir en Asia Central, era ave de mal agüero. Se preguntaba si alcanzarían a consolidarse los Estados independientes y dudaba de la posibilidad para su “Rusia fatal” de escapar a su antigua naturaleza imperial. Cuando intenté argumentar que Alemania (el Reich, el imperio) y Japón habían sido imperios, y sin embargo… me cortó para afirmar: “sufrieron una espantosa derrota militar, algo que no desearía jamás para mi patria”.
Habló mucho de la guerra que, tarde o temprano, llevaría el ejército ruso a la conquista de Chechenia, preámbulo a un regreso a las aspiraciones imperiales. Pero lo que, retrospectivamente, me impresiona más, es la importancia que le daba a Ucrania. Consideraba vital para Rusia y para Europa, la consolidación de un Estado ucraniano realmente independiente, y democrático, algo que no pensaba para nada garantizado. ¿Por qué dudaba? Porque, igual que en Rusia, el personal político, los servicios de seguridad seguían los de la época soviética y la corrupción, que no era una novedad, alcanzaba niveles superiores. Compartía con Zbigniew Brzezinski la idea de que la independencia de Ucrania era la condición sine qua non para que Rusia no volviera a ser imperial.
Me decía que los dirigentes americanos y los europeos no entendían nada de nada. Que habían intentado disuadir a los ucranianos de proclamar su independencia y no hacían nada para ayudar a Ucrania. Los únicos europeos que lo entendían eran los de las antiguas “democracias populares”, satélites de la URSS, esos polacos, checos, húngaros, etc… deseosos de entrar en la OTAN, temerosos del retorno del antiguo amo. Quiso demostrarme —tenía razón, pero yo no estaba preparado para aceptar su tesis— que los cambios en la política exterior rusa, desde 1993, presagiaban un regreso al pasado. Cito los apuntes que tomé en la tarde del mismo día: “¿Qué hay detrás de esa novedad y qué puede aportar a Rusia y al mundo? ¿Tengo motivos para pensar que no se trata solamente de la defensa, legítima, de nuestros intereses nacionales, sino del inicio de un nuevo imperialismo? Por desgracia, así es. Lo verá usted pronto en lo que Boris Yeltsin, mejor dicho, los que gobiernan detrás de él, llaman el “extranjero próximo”, o sea Europa central y oriental, empezando por Bielorrusia y Ucrania”.
Historiador en el CIDE
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