Día 214 de la “Operación Especial” contra Ucrania. En marzo de 1962, se firmaron los acuerdos de Evian entre el gobierno francés y los representantes del GPRA, el Gobierno Provisional de la República Argelina. Era el final de una larga y cruenta guerra entre los guerrilleros del Frente de Liberación Nacional y el ejército francés con sus contra-guerrilleros argelinos. La tragedia no terminaba porque los acuerdos quedaron letra muerta. A la hora de la independencia, en julio, el “ejército de las fronteras”, los militares argelinos estacionados en Marruecos y Túnez, tomaron el poder. Unas masacres provocaron la huida, algo que nadie había previsto, de casi toda la comunidad criolla francesa, más de 1,000,000 de personas, y la muerte de cerca de cien mil harki, los aliados del ejército francés, abandonados por Francia. Uno de los frutos amargos de la tragedia fue el Frente Nacional de J-M. Le Pen, cuya hija juega ahora un gran papel en la vida política francesa.
Cuando regresé de México en otoño de 1962, tuve la tentación de ir a Argelia, pero mis amigos argelinos Ahmed Benzidun, Ramdan Ouahes y el marroquí Alal Si Naceur, me disuadieron. Decían que iba a sufrir una decepción demasiado grande, porque todo se había echado a perder; que un coronel, un tal Huari Bumedien había tomado el poder durante el verano contra el GPRA y los dirigentes de las provincias; que los civiles, partidarios de una democracia, habían perdido la partida frente al ejército de las fronteras; que el pobre presidente Ahmed Ben Bella era su rehén. De hecho, en 1965, el coronel lo desplazó y tomó abiertamente el poder, para siempre, archivando las resoluciones del famoso Congreso (clandestino) del valle de la Sumam, que en 1956 había afirmado el principio republicano romano de cedant arma togae, “las armas cedan frente a la toga”. Esa corriente civilista defendía el concepto de una “Argelia argelina”, no exclusivamente definida por el islam y el arabismo, sino capaz de integrar cristianos y judíos, kabilos y berberos y de emancipar a la mujer.
Tenían razón mis amigos. El sistema político militarizado, en parte sobre el modelo cubano, con los militares dueños de la economía (y unos generales corruptos y ricos), ha perdurado hasta la fecha. Si bien el ejército perdió algo de su control político con la constitución de 1989, la amenaza islamista, con la victoria electoral del Frente Islámico de Salvación (FIS), le devolvió todo su poder: cancelación de la elección, inicio de una terrible y larga guerra entre los militares y los “barbudos” del FIS. 200,000 muertos. De 1999 a 2019, el ejército usó como pantalla al presidente Abdelaziz Buteflika, un civil escogido por el coronel Bumedien. El ejército lo puso, el ejército lo quitó y reprimió al gran movimiento civil, no violento, no islamista, llamado Hirak, que pedía la renuncia de Buteflika y, lo más importante, “un Estado civil, no militar”.
Massensen Cherbi, especialista en derecho constitucional que participó en Hirak, dice, a la hora de la celebración del 60 aniversario de la independencia, que “los argelinos tienen la impresión de un inmenso estropicio cuando el país dispone de un potencial enorme” (Le Monde, 5 de julio). Hay progresos incontestables: en 1954, 15 por ciento de los argelinos eran escolarizados, mientras que hoy casi todos lo son; surgió una clase media, pero en el campo, las remesas que mandan los que se fueron a Francia siguen siendo vitales. Los militares, dueños de la enorme renta de los hidrocarburos, han podido comprar la paz social a base de clientelismo, sin preocuparse por un verdadero desarrollo del país. El islam es religión de estado desde 1963 y un decreto de 2006 prohíbe el “proselitismo”, es decir, que alguien deje el islam por otra fe. La reforma constitucional de 2020 canceló la libertad de conciencia. Todo eso va en contra de la secularización progresiva de la sociedad y explica el malestar de la juventud que había creído en el Hirak, esa “revolución de la sonrisa”.
Historiador en el CIDE
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