No, no es “Apocalipsis Now” y me disculpo con los que piensan que un tercer artículo sobre el riesgo nuclear es demasiado. Intento pensar lo impensable a partir de los textos del Estado ruso y de la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR). En agosto de 2016, el patriarca Kirill comentó la decisión de Stalin de instalar el laboratorio nuclear en lo que había sido el convento de San Serafim, en Sarov.
“Los que destruían el templo no imaginaban las grandes implicaciones que esa instalación tendría para el destino del Estado. Ponían las bases de la institución que iba a crear el escudo nuclear de la Patria. Gracias a todos los que trabajaron en la celda del santo, sin ser conectados con nuestra gran tradición espiritual, acciones malas tuvieron buenas consecuencias. Con el poder de la divina providencia, exactamente en la celda de San Serafim, fue creada la fuerza que ha protegido nuestro país y el mundo entero de una terrible guerra termonuclear”. Interesante lectura de la historia.
A la hora exacta de la anexión de Crimea, el 19 de marzo de 2014, en el día del submarinero, el metropolita exhortó al Alto Mando de los submarinos nucleares del Pacífico: “La Madre Patria les ha confiado el escudo nuclear, que es el argumento irrebatible contra los enemigos de Rusia, que no quieren ver una Rusia fuerte, independiente, unida. Los acontecimientos recientes en Ucrania (alude a la revolución de Maidan que corrió al presidente pro ruso) lo demuestran perfectamente. Si no tuviésemos este poder, nadie hubiera escuchado la voluntad de la mayoría del pueblo de Crimea. Pero, bendito sea Dios, existe una Rusia fuerte. Ustedes le dan esa fuerza… Les deseo la fuerza espiritual, la ayuda y la protección de Dios durante sus misiones de combate en la profundidad del océano”. Un año después, dijo al mismo auditorio: “Hoy celebramos el día de la reunificación, de la entrada de Crimea y de Sebastopol, la ciudad de nuestro orgullo marinero, en la Federación de Rusia. Eso fue posible, sin efusión de sangre, porque ustedes tienen firme en sus manos el escudo nuclear… Cuándo sea necesario, los acompañaremos en la batalla”.
En 2016, el patriarca Kirill tomó la palabra en la ceremonia de graduación de la Escuela de Misiles Estratégicos: “Quisiera que todos ustedes recuerden que defendemos lo que nos es más caro, nuestra Matria, nuestro espíritu, nuestra cultura nacional. Defendemos los monasterios, los templos, los lugares sagrados de nuestra Rusia. Vuestras armas mortíferas son de disuasión y advertencia. Pero vuestro servicio debe garantizar que nadie, ningún líder de ningún país ignore que somos capaces de usarlas muy bien”.
Esas declaraciones, reiteradas hasta el día de ayer, corresponden literalmente a la doctrina nuclear rusa que se definió entre 2000 y 2010. En 2009, el secretario del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev, precisó que “en situaciones críticas para la seguridad nacional, no se excluye el ataque nuclear, incluso el preventivo… Se corrigieron las condiciones para emplear las armas nucleares con el fin de repelar la agresión hecha con armas convencionales tanto en guerras de envergadura, como en guerras regionales e incluso locales”. Lo cual corresponde a la presente “Operación Militar especial” en Ucrania.
“Cuándo está amenazada la existencia misma del Estado”, cuándo se presenta “una amenaza existencial para Rusia”, el presidente de Rusia, el único calificado para tomar la decisión, usará del arma nuclear. Tal es la doctrina publicada en febrero de 2010 como Bases de la política estatal en la contención nuclear hasta 2020. Putin no dice otra cosa. Lo que es preocupante es la banalización de la amenaza nuclear, desde que Putin, en el marco de la guerra contra Ucrania, puso en alerta sus fuerzas nucleares una medida simbólica porque, por definición, esas fuerzas están siempre en alerta. En los medios radiotelevisivos rusos, todos los días platican tranquilamente de la capacidad rusa de destruir cualquier adversario.
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